La existencia de fronteras es un prerrequisito de un mundo en el cual los bordes culturales y comunicacionales tienden a desdibujarse.

Ampliamente, una frontera es aquello que delimita lo propio de lo ajeno. En su acepción más habitual, la frontera refiere a un límite político o geográfico cuyo fin es separar dos territorios. Su persistencia y aplicación dependen de la aceptación y la confianza de las partes involucradas y es por eso que están, en muchos casos, sujetas a cambios y disputas. A medida que las sociedades humanas comenzaron a complejizarse, su existencia se volvió casi inevitable como herramienta para comprender y organizar el mundo.

Los bordes entre estados quizás sean el ejemplo más visible de la importancia de las fronteras a lo largo de la historia. Su validez está basada en el consenso internacional, y determina sobre qué territorio regirán las normas que ratifiquen sus autoridades. Esto, por supuesto, tiene impactos tangibles en las vidas de sus habitantes. Sin embargo, a medida que se desarrollan acuerdos supranacionales y se crean organizaciones multilaterales, los Estados sacrifican independencia en pos de integración o desarrollo, por ejemplo.

A partir del final de la Guerra Fría la tendencia ha ido (casi) siempre en busca de la integración. El comercio internacional facilitó la erosión de los bordes para promover un mercado global unificado en el cual el intercambio de bienes y servicios sea lo más sencillo posible. La integración tiende a promover la paz entre distintos agentes: cuanto más interdependientes, más tienen para perder en caso de un conflicto o una situación de crisis en alguna de las partes. La Unión Europea quizá sea el modelo de organización que trascendió las fronteras gracias a su moneda unificada, el Parlamento Europeo y el espacio Schengen. Sin embargo, en ciertas ocasiones esta unificación total se ha visto desafiada. Por ejemplo, tomemos el reciente caso de la pandemia del COVID-19, durante la cual muchos países se volvieron más recelosos con el control de sus fronteras. ¿De qué forma las amenazas externas tienden a fortalecer las fronteras? ¿Sería posible que estos procesos tomaran otra forma si pudiéramos aprovechar mejor las tecnologías que hoy tenemos a nuestro alcance?

Internet probablemente sea el instrumento propiciador del estado de globalización en que nos encontramos actualmente. La misma es responsable de hacer realidad la promesa de la interconectividad total. Sin embargo, lo que en un principio parecía la puerta de entrada hacia una utopía de hiperconexión terminó con un resultado muy distinto. Extrañamente con la masificación de internet y las redes sociales vemos el surgimiento de nuevas fronteras. Las mismas no delimitan el territorio de los Estados, sino que marcan aquel contenido que queremos ver del que no. Incluso cuando internet presenta una cantidad de información nunca antes vista, en general somos muy poco permeables a aquello que entra en conflicto con nuestras creencias y convicciones previas.

Saliendo ya de la esfera virtual del asunto, otra arista que se presenta es la  situación migratoria. Tanto la internet como el comercio dan la sensación de que la globalización es un gran éxito, creando a su paso megaciudades cosmopolitas que refuerzan el tan afamado concepto de aldea global. Sin embargo, a medida que el intercambio de bienes e información se facilita, no sucede lo mismo cuando los seres humanos son quienes intentan cruzar esas fronteras. En múltiples lugares del mundo se han endurecido las políticas migratorias. ¿A qué se debe este rechazo a la inmigración? Más allá del debate de si la misma es beneficiosa, ¿no resulta irónico que tomen protagonismo ideologías que defienden la superioridad de ciertas culturas y costumbres por sobre otras en un mundo más globalizado que nunca?

Este fenómeno de endurecimiento de fronteras es aún más impactante si consideramos el caso particular de aquellas que son invisibles. Las megaciudades traen consigo marginalización de las clases sociales más bajas, que precisamente por nacer en el lado incorrecto de una ciudad ven imposibilitado el acceso a servicios básicos. Si bien estas fronteras no tienen el aspecto que asociamos con la palabra es indudable que en ciertas ocasiones son hasta más imponentes que aquellas construidas de ladrillo y cemento.

También es importante preguntarnos: ¿qué forma tomarán las fronteras en un futuro? Hoy en día nuestra visión sobre ellas es en general rígida, pero se debe tener en cuenta que la forma en la que las fronteras actúan ha variado ampliamente a lo largo del tiempo. Por ejemplo, podemos analizar el caso de Tuvalu. Por cuestiones climáticas y el nivel de los océanos, Tuvalu va tristemente en camino a desaparecer bajo el agua. De esa forma están peleando por convertirse en una nación digital, es decir, una nación sin territorio propio. Extrapolando esta idea, ¿cómo funcionarán los Estados y sus fronteras en un mundo en el que las comunidades virtuales se habiten con tanta naturalidad como las reales? ¿Qué formas de organización política se adoptarán en este camino? ¿Cómo será nuestra representación en estas sociedades?

A modo de conclusión, es preciso recordar que una gran parte de los problemas a los que nos enfrentamos mantienen un carácter global. Las fronteras sin duda han sido partes fundamentales de la historia y necesarias para el progreso que logramos. El futuro de las mismas sigue siendo incierto, con posibilidades que van desde su endurecimiento hasta la creación de naciones digitales. ¿Cómo puede impactar en la organización y representación política?