La confianza es un concepto inherentemente humano.

Tanto es así que el intentar dar una definición concreta de lo que representa la confianza para nosotros resulta una tarea complicada. Al fin y al cabo, la confianza o bien la ausencia de la misma no dejan de ser sentimientos, que por naturaleza le son esquivas a las palabras. Sin embargo, la confianza es crucial para entender cualquier tipo de agrupación humana, desde las más primitivas tribus de cazadores-recolectores hasta la más ambiciosa proyección de sociedad futurista. Es aquello que nos permite estar seguros de que -con sus debidas excepciones- todo va a funcionar de la forma en la que se lo espera: confío que los miembros de una comunidad obrarán de manera bien intencionada; que los docentes educarán a los niños de forma correcta; que las empresas no buscarán réditos económicos a cualquier costo; que los políticos y gobernantes cumplirán su labor con compromiso y honestidad.

Ahora, si bien la confianza es la misma, sería absurdo pretender que funcione de forma similar a como funcionaba en la prehistoria con sociedades tribales de un puñado de habitantes. En comunidades con millones de habitantes cada vez más inmersos en la tecnología resulta imposible conocer de primera mano todos los trasfondos. En estas sociedades, nos vemos forzados a confiar en relatos e historias que mantengan una especie de amalgama social. Nuestra identidad nacional, nuestros valores y nuestra cultura son algunos de los principios que nos permiten mantener estructuras sociales sólidas.

Podría pensarse entonces que, en la era tecnológica, confiar sería más fácil. Con un acceso a la información nunca antes visto, podríamos arriesgar que sería más fácil discernir dónde depositar nuestra confianza. Sin embargo el mundo actual es un contraejemplo a tener en cuenta. Según estudios de la OCDE, apenas cuatro de cada diez personas confían en su gobierno nacional. La participación electoral se encuentra en constante declive, en parte producto de una población joven apática a una clase política en la que no confía. Alejándonos de temas políticos, vemos que también es tendencia la desconfianza hacia la comunidad científica, con cosas casi inofensivas como el terraplanismo hasta fenómenos peligrosísimos como el movimiento antivacunas.

Nuestra confianza es un elemento que nos permite dar poder a aquello que de alguna forma nos representa. Y a pesar de ello, en un mundo de avanzada, nos vemos siempre obligados a elegir entre relatos sesgados y polarizantes. ¿Por qué confiamos en lo que confiamos? ¿Hay una salida racional -algorítmica, si se permite- del asunto, o yace todo en una cuestión personal y subjetiva? ¿Estamos obligados a seguir depositando nuestra confianza ciegamente, o podemos involucrarnos más personalmente? En un mundo en el que la utilizamos como moneda de cambio, parece ser todo una cuestión de confianza.