Como dice el dicho popular, existen tres tipos de personas: los que “hacen” que las cosas pasen, los que “miran” cómo las cosas pasan y los que “se preguntan” qué pasó. Y aunque las personas quisieran considerarse dentro de la primera categoría, en términos de participación ciudadana estamos lejos de eso. Es necesario realizar un análisis crítico y evaluar si realmente está uno participando activamente en lograr el cambio que exige, si muestra interés y se mantiene al tanto de lo que ocurre en su comunidad o si al menos toma una decisión consciente e informada a la hora de votar.

El primer falso concepto es la creencia de que la política pertenece exclusivamente a los políticos. Mientras que la obligación legal de un ciudadano se limita al voto (y en algunos países ni siquiera eso), su responsabilidad y poder para generar cambios positivos va mucho más allá. Algunos autores distinguen entre tres niveles distintos de involucramiento. El primero se refiere a aquellas acciones relacionadas con los derechos y obligaciones constitucionales del ciudadano como puede ser votar, actuar como autoridad de mesa en los comicios o presentar un proyecto de ley. Un buen ejemplo de esto es la campaña “Cuidá tu voto” lanzada por la Fundación Americana para la Educación, que busca generar conciencia sobre la importancia de votar de manera responsable por medio de conocer a los candidatos, leer distintas fuentes de información y comprender íntegramente cómo funciona el sistema electoral. Un tipo distinto de involucramiento es aquel que surge de una necesidad específica que siente la sociedad. Esta participación espontánea describe las acciones tomadas y las organizaciones formadas en pos de lidiar con esa necesidad y que tienden a desaparecer una vez resuelto el problema. Ejemplos de esto son las organizaciones que ofrecen ayuda cuando ocurren desastres naturales, campañas de vacunación y alfabetización, entre otras. Finalmente, la participación organizada es la forma más profunda y permanente de involucrarse en la política. Implica un compromiso continuo de mejorar progresivamente la sociedad generando un cambio duradero. Las ONGs que trabajan para la reforma del sistema educativo o exigiendo reglamentaciones ambientales más exigentes y abarcativas en un siempre cambiante contexto socioeconómico caen en esta categoría. Una de éstas es la chilena “Educación 2020” que trabaja para mejorar sustancialmente el nivel de educación en ese país antes del año 2020. Y ninguno de estos niveles requiere unirse a un partido político, ninguna de estas acciones están fuera de nuestro alcance. ¿Por qué es entonces el nivel de participación ciudadana tan bajo en general?

Dos respuestas inmediatas se desprenden de esta pregunta: las personas no saben cómo involucrarse o las personas no quieren involucrarse. Si la primera opción es cierta, ¿quién está en falta? ¿Debería ser el deber de todo ciudadano conocer todos sus derechos y formas de participación, la responsabilidad del gobierno informarlas debidamente o acaso el interés de las propias organizaciones difundirlo para así conseguir más adeptos? Sin embargo, si la falta de información no es el problema, debemos preguntarnos por qué hay tal falta de interés o incluso oposición al involucrarse en la política. En muchos países latinoamericanos, la percepción de la misma como algo corrupto u oscuro hace que la acción política en general sea vista con desconfianza y genera además la noción de que muy poco puede lograrse en ese ámbito por vías honestas. ¿Es esta disuasión lo suficientemente fuerte para explicar la baja participación ciudadana o existen otros factores influenciantes? ¿Qué tan irreversible es esta situación?

Otro punto a tener en cuenta es si toda acción cívica es deseable o no. Lo bueno y lo justo tiene tantas definiciones como hay personas y poner el interés general por encima del propio no se logra fácilmente. Por ende, y considerando el contexto sociopolítico latinoamericano actual, ¿somos lo suficientemente maduros como sociedad para poder beneficiarnos de la participación ciudadana organizada o terminará siendo una fuente de conflicto, y el mejoramiento obstaculizado por diferencias de opinión? ¿Cuál es, si alguno, el rol de la educación en promover el éxito de este tipo de acciones? Las instituciones sociales y religiosas también juegan un papel. Éstas nucelan grupos de personas que las respetan como referentes de opinión y de esto deriva su considerable influencia. ¿Hasta qué punto es acertado que asuman una posición neutral respecto de la acción política? Y en caso de que intervinieran, ¿qué beneficios o perjuicios resultarían de ello?

Un punto de vista esencial queda por ser considerado: el del gobierno en sí. Por un lado, la participación ciudadana en la política puede legitimizar proyectos, decisiones e incluso liderazgo y en muchos casos este endoso puede significar la diferencia entre el fracaso y el éxito. Por otro lado, también puede entorpecer estas acciones haciendo que la toma de decisiones resulte un proceso dificil y largo. Por lo tanto, ¿dónde se traza la línea? ¿Bajo qué condiciones es ventajoso para un gobierno incentivar la participación ciudadana?

Existen tres tipos de personas, y ser de aquellas que hacen que las cosas pasen requiere más que sólo la voluntad de tomar acción. ¿Qué más se requiere para que tengamos éxito? ¿Cómo podremos tomar las acciones necesarias y oportunas que nos permitan lograr el cambio que buscamos, verdaderamente potenciando el impacto de nuestros esfuerzos?