La herencia Idealista del gran Mao, en oposición a la eficiencia de Smith, es el tópico de inflexión que resuena en los confines del enorme Congreso Popular Chino. Las decisiones que tome hoy el gigante, marcarán la trayectoria política y económica en la que el país se embarcará por las próximas décadas. ‘Qué camino escogerá’ es la disyuntiva que entumece al mundo, en cuanto se juega más que simple política económica. Estamos ante una guerra fría, interna y silenciosa, la decisión de crecer liberalizando el sistema, o desacelerar manteniendo el status quo.
Se repite el papel mundialmente protagónico que China alguna vez jugó a nivel global. Desde su época dorada a inicios del segundo milenio, no veíamos al coloso asiático gozar de tal prosperidad económica, unidad y poder. Sin embargo, todo ha cambiado. Desde su época de oro, China ha pasado por una enormidad de cambios, revoluciones y guerras. Remontándonos a la unidad imperial, se reconoce un Estado Unificado, comandado por distintas dinastías a lo largo de los siglos. Luego, atraviesa la sombría época de revoluciones, desembocando en Mao ZeDong(1952), líder y presidente del Partido Comunista antes y durante la revolución cultural, hasta Deng XiaoPing (1978), arquitecto de la Nueva República Popular post Mao. La milenaria China se mantuvo como un país enclaustrado en su tradicional y ceremoniosa forma de gobernar. Con la llegada de Mao y bajo la influencia del Comunismo Soviético, se llevó a cabo la primera forma de planificación central alineada con una ideología externa, que no tardaría en fracasar y dar otro vuelco sanguinario a nivel interno, quebrantando la alianza Chino-Soviética, en cuanto el Líder Oriental veía como motor de la sociedad al campesinado y no al proletariado citadino, como fue en Europa.
La revolución cultural permitió a Mao recuperar el poder político perdido en el fracasado “Gran Salto Adelante”, su régimen planificador central estrella que ultimó en más de 5 millones de muertes por hambrunas y protestas. ZeDong planteaba que el socialismo era la única vía que China podía seguir para surgir. Sin embargo, con su muerte, Deng XiaoPing empieza a asumir protagonismo en una China ineficiente y de formación comunista. La diferencia de productividad marginal de capital y trabajo era evidente entre agricultura e industria, entre el sector privado y público, entre bienes de consumo y producción. Con Deng en el poder, la estructura del gigante muta en un “Maoísmo de mercado”, un Partido Comunista a la cabeza y la liberalización paulatina de la economía China.
Para Deng no fue fácil. Al gran Mao se le atribuye una disminución del analfabetismo de 80% a un 7%, expectativa de vida duplicada a 70 años, fin de la corrupción extrema e industrialización básica del país. En términos económicos, el país no progresaba. Su PIB crecía al 4%, básicamente dado por inserción de capital y trabajo a los procesos productivos. Su productividad crecía a un paupérrimo 0,5%, lo que explica que el crecimiento se debía a la compra de activo fijo y no algún tipo de actividad que fortaleciera la balanza comercial o el valor agregado de la producción.
Las ideas que XiaoPing trajo al poder ejercieron presión en los grupos más conservadores del partido. Bajo la institucionalidad de aquella época, la cabeza del país podía dictaminar sin mayor consenso las directrices que debería seguir el país, y así es como se empezó la occidentalización económica del gigante asiático. Observamos en las cifras cómo se ha modificado el rol protagónico que tenía el Estado como principal motor de crecimiento, pese a la dominancia estatal que mantiene en la industria financiera, telecomunicaciones, acero, petróleo, tabaco, empezando desde cero post Mao frente a un impresionante 70% como porcentaje total del PIB, según Bloomberg (2005). Por otra parte, la migración a las ciudades, desde que se levantó la prohibición de Mao, fue explosiva, llegándose a cuadriplicar el número de habitantes en zonas urbanas según el Banco Mundial al 2011. Las barreras comerciales se han levantado y paulatinamente el control gubernamental ha ido cediendo espacio a la eficiencia de Mercado.
Toda la transformación que ha experimentado China, no ha estado alejada de estrellato y protagonismo. La progresiva liberalización, en conjunto con el sostenido crecimiento y ponderado por una apertura cultural, ha convocado al mundo a enfocar sus ojos en el gigante que dormía. El apetito voraz de los inversionistas por retornos en países emergentes lo han convertido en un jugador mayor, receptor de todo tipo de Inversiones y para todos los efectos. No resulta raro que si revisa la etiqueta de todos los objetos que tenga en su casa, con gran probabilidad un 70% de ellos fueron manufacturados en el país de Confucio. Son mixtas las apreciaciones que escuchamos con respecto a haberse convertido en la fábrica mundial. Si bien la alta inyección de capitales extranjeros y desarrollo y producción de bienes finales han hecho de China lo que es hoy, en su mayoría es el mundo quien se ha llevado el beneficio social. Aprovechando la mano de obra barata, bajos precios de venta y muy paupérrimo sistema legal, los bienes producidos son de exportación y China se ha mantenido como un país tremendamente pobre y desigual. El esfuerzo por atraer capitales ha logrado un primer cometido que fue brindar las bases del crecimiento, la importancia a nivel mundial que desde hace mucho tiempo merece. Pero, llegamos a un punto de inflexión al que se enfrenta China en términos de estrategia país: el trade-of entre mantener el status quo en la cabeza o entregar mayor poder a los agentes económicos, es decir, independizar aun más las decisiones para lograr la siguiente generación de crecimiento y desarrollo.
La política fiscal desde la era post-Xaoping, se ha caracterizado por continuas reformas. Entre ellas destaca el incremento del gasto público, siendo cada expansión de manera sectorial. Reformas reiterativas en el sistema de imposición y en el gasto de I&D llevaron al país a crecer en promedio 9,5% anual, desde finales del siglo XX hasta principios del siglo XXI.
Con respecto a la política de Tipo de Cambio, hasta el 2005 se mantuvo puramente fijo. Como fenómeno recurrente en países con balanzas comerciales activas, no se pudo sostener como tal y se ha ido rindiendo ante la presión cambiaria, apreciándose cada vez más. Este suceso explica en pequeña medida parte de la desaceleración observada en el superávit del que gozaba la balanza comercial, afectando directamente a los exportadores precios menos competitivos al extranjero y, por lo tanto, un ritmo flemático de las ventas comparado a los inicios del siglo XXI.
Bajo las figuras expuestas, sumado a una crisis del mundo desarrollado recurrente y desaceleración del crecimiento chino, surge la pregunta, ¿dónde o a qué debe apuntar China para alcanzar el desarrollo, si sus principales clientes están quebrados? Resulta curioso que haya sido el mismo Mao quien sabiamente dijera: “Lo urgente generalmente atenta contra lo necesario”. El gigante debe dejar de buscar la solución afuera y mirar donde menos se espera, sus propias narices. El número de ciudadanos registrados por la República Popular son 1.339.724.852, un número interesante llamado Mercado Interno. Sabemos que el PIB per cápita son 4.382, lo que hace a China un país preocupantemente pobre. Sin embargo, volviendo al gran Mao, lo necesario es que se vuelquen los ojos y su estrategia país a fortalecer su propio potencial. Poseemos la convicción de que es un camino que China lentamente ha decidido cursar, no bien sus ojos se mantienen tímidos ante el riesgo que representa cambiar el foco de atención, que desde Deng ha sido fortalecer la maquinaria productiva del mundo.
El nuevo plan quinquenal deberá poseer matices introspectivos. No debe dirigirse directo al consumo interno, por que actualmente China es un país de pobreza, no debe perder el foco de la base, pero sí alzar ligeramente la mirada de largo plazo e introducir aceleración al proceso de expansión interna. Tal tamaño de mercado debe ser aprovechado, tal falta de productividad total de factores debe ser explotada. La educación jugará un rol fundamental y junto con ello las oportunidades laborales de ejercer tal nivel profesional. Nos encontramos en un mundo en donde queda todo por descubrir. El talento por explotar es una oportunidad enorme de los emergentes, en cuanto se han propuesto sobrepasar a sus padres del viejo mundo y mejorar aquello que nos legaron, adoptando una estrategia país de sustentabilidad y haciendo más responsables a nuestros niños de la importancia que tiene la distribución justa del dinero.
Sabemos que China ya es la segunda economía más grande del mundo y no tardará en tomar el liderazgo. La fuerza de trabajo es cuatro veces la población de Estados Unidos. Sin embargo, el tamaño del PIB será solo una linda cifra si la estrategia país no apunta a su propia gente. Para lograr esto, China tendrá que dar el siguiente gran paso liberalizando decisiones hoy centrales. Aumentando el acceso al crédito, las concesiones, apertura de las bolsas, facilidad de establecerse en el país, fortalecer sobre todo el sistema legal que hoy resulta burlesco para un extranjero que quiera hacer negocios. China tiene el potencial para ser el número uno, fácilmente, su importancia a nivel mundial hoy ha quedado en evidencia y esperamos que de lo urgente, pase a lo necesario: ocuparse de su propia gente.