Uno de esos conceptos cuyo entendimiento creemos compartido por todos, que aparece en nuestros pensamientos, pero normalmente como la observación en el comportamiento del otro. ¿Realmente pensamos en la Corrupción? ¿Entendemos qué la motiva? ¿Quién es Corrupto y qué sería no serlo?
A muchos de nosotros nos es indicado desde pequeños que debemos condenar los actos de corrupción (así como cualquier delito, pecado, etc…), y hasta tenemos una serie de mecanismos incorporados para transmitir esta idea de generación en generación: Vigilamos, juzgamos y castigamos a quienes descubrimos gestando o participando de actos de este tipo. No sólo eso, construímos organismos conformados por empleados públicos y privados, cuyo único objetivo es perseguir a los corruptos y poner fin a sus actividades. Todos somos partícipes, en mayor o menor medida, mediante nuestros aportes impositivos y la elección de autoridades públicas de la creación y del mantenimiento de dichas organizaciones.
Si alguien nos preguntara si nosotros somos personas corruptas, muy probablemente respondamos que no, que la corrupción debe ser condenada, y que deberíamos incluso denunciar las conductas corruptas de otros, para que esos otros no puedan continuar con esas actividades.
No sólo creemos que nosotros somos personas “sanas”, si no que normalmente entendemos y suponemos que pertenecemos a uno o varios grupos de personas tan “sanas” como nosotros mismos, de quienes no esperaríamos conductas “corruptas”. Esta condición podemos (en general) extrapolarla a prácticamente todas las personas que conocemos, y esas personas a las personas que ellas mismas conocen, y así podríamos continuar expandiendo nuestra “red de personas sanas” hasta alcanzar un número incontable de personas. Sin embargo, la práctica nos muestra una realidad muy diferente: La corrupción se hace presente y resiste todos los embates de las personas no corruptas, y nada parece hacer que vaya un día a rendirse para dejar el mundo “purificado”. ¿Dónde está el problema entonces? ¿Por qué la condición de corrupto queda relegada normalmente a personas que no conocemos? ¿Por qué si todos entendemos que no debemos ser corruptos, sigue existiendo la corrupción?
Estas preguntas sólo podremos responderlas, si entendemos qué constituye una persona corrupta, para lo cual, debemos entender qué es la corrupción.
Normalmente encontraremos dos tipos de corrupción en nuestro vocabulario. Aquella que se refiere a una conducta corrupta, y la que indica el devenir de un individuo o una cosa en una versión impura. Podemos también hablar de corrupción cuando describimos la descomposición de un cadáver, que en una demostración que nos asusta y espanta, expone la gran binariedad que define tantas de nuestras estructuras: Vida/Muerte (o Muerte/Vida, como prefieras)
En el sentido práctico, lo que definirá qué es la corrupción no será la corrupción en sí misma, ya que la corrupción no es una cosa que podamos identificar y señalar, si no que es un conjunto de actividades, conductas, o estados que quedan por fuera de lo que consideramos “no corrupto”. Esto que consideramos “no corrupto” sería lo que está contemplado dentro de la Ley, y por lo tanto, tanto lo corrupto como lo no corrupto podrían variar según el alcance geográfico o demográfico de la Ley. Ahora me pregunto, ¿Podemos entender qué es lo corrupto, si no entendemos qué es la Ley?
La Ley es un conjunto de reglas que un grupo de personas acepta como patrón de comportamiento aceptable en una región geográfica determinada. Si la Ley está definida por personas, entonces ¿por qué existen las personas que toman comportamientos corruptos? ¿Son las mismas personas las que definen las leyes y luego las ignoran? ¿Podemos asegurar que siempre lo sean? ¿Y que nunca lo sean?
La gran pregunta que me hago entonces es: ¿Qué mecanismos hemos desarrollado a través del tiempo que nos llame a montar una gran estructura de leyes, para después no seguirlas? ¿Son nuestras leyes imposibles de cumplir?
Si la práctica muestra que las leyes no se respetan perfectamente, ¿por qué continuamos creándolas? ¿Somos presos de nuestra propia incapacidad de entendernos a nosotros mismos?
Si todos nuestros actos son decisiones propias (porque finalmente somos todos libres), ¿Podremos algún día poner una ley que todos podamos y queramos cumplir?