Si tuvieras bastante dinero disponible para hacer una buena acción, ¿qué harías? ¿Lo donarías a una persona que lo necesita? ¿O a una organización que persigue una causa de tu interés? ¿Quizás formarías una propia? Dejemos de lado por un rato la posibilidad de iniciar una empresa social y elegí alguna entre las miles de fundaciones, asociaciones e iniciativas que hay en nuestro país y que estarían más que felices de aceptar tu aporte. ¿Por cuál te decidirías? Y lo más importante… ¿qué querrías que hicieran con tu colaboración?
Hace un par de semanas me encontré con una recomendación en el inicio de Facebook, un poco tardía. Una charla TED de 2013 a cargo de Dan Pallotta que plantea algo sobre lo que muchas veces he reflexionado, una idea a la que de alguna manera me había arrimado. Acá pueden verla. Es una buena charla y no quiero que la dejen pasar, así que sólo les apunto el tema que más me llamó la atención. Pallotta plantea que hay una presión social sobre las organizaciones para que no inviertan en acciones de marketing los recursos que consiguen, porque cualquier dólar que no sea destinado al trabajo en campo pareciera ser que es un derroche superfluo. Esto obliga a que dejen de lado muchas tareas que les permitirían explotar y multiplicar sus recursos, sólo para no perder el beneplácito de la sociedad que las apoya y que les brinda la legitimidad necesaria para erigirse como representantes en una cuestión.
Desde su rol como fundador y fundraiser, Pallotta había sufrido la crítica y el abandono de parte de sponsors, fundamentales para el sostenimiento de su causa. Sin embargo, como menciona, un error en la ejecución del presupuesto de una organización es juzgado con más fuerza que el de cualquier otra institución o empresa. ¿Por qué no dejamos que las organizaciones actúen a piacere? Podríamos responder que no corresponde porque manejan dinero que no generaron inicialmente por sus propios medios. Por otro lado, es cierto, hay organizaciones que mueven cantidades tremendas de recursos. Pero a la vez, su posibilidad de escalar, invertir o acceder a financiamiento es limitada, a pesar de que logre cumplir objetivos extraordinarios.
Si ese es el panorama en Estados Unidos, donde por lo menos la cultura y orígenes protestantes, como apunta Pallotta, favorecen este tipo de contribuciones (en un entorno político diferente, claro está), ¿qué queda para las organizaciones de la sociedad civil de nuestros países? Esta observación minuciosa de las tareas de las fundaciones no es particular de Estados Unidos. En nuestros países este tipo de iniciativas se enfrenta a un contexto particularmente especial.
Para comenzar, hay varias cuestiones importantes a tener en cuenta en la región. Un ejemplo que suele dar Bernardo Sorj, experto en la materia, es que en los países nórdicos la constitución de este tipo de organizaciones es innecesaria, porque el Estado se hace cargo de todo. En el otro extremo, tenemos el ejemplo estadounidense con una fuerte cultura de asociacionismo y participación local y focalizada, con un gobierno que tiene atribuciones mínimas sobre el individuo.
En el medio, nosotros. Países donde el Estado no cumple con todas sus amplias promesas en materia social y de políticas públicas, la corrupción y la falta de transparencia es frecuente y donde hace falta aún la implementación de regulaciones largo tiempo adeudadas. Un caldo de cultivo especialmente fértil para iniciar acciones desde las instituciones, pero con una constante interpelación sobre las razones de su existencia y sostenimiento.
En este contexto las organizaciones de la sociedad civil (OSC) caminan por un sendero un poco ambivalente. Por un lado, no pueden escapar de una característica intrínseca de su naturaleza: sus objetivos son globales, pero sus recursos son escasos y en muchas ocasiones, difíciles de conseguir. Luchan para lograr por sí mismas grandes metas, compitiendo por la cooperación internacional, los aportes de donantes y la visibilidad mediática con otras que son semejantes. Porque los colaboradores son más o menos los mismos, y así la soga lenta y letalmente se va tensando. Por el otro, y para peor, ante tantos problemas parece que cada día las necesitamos más.
Entonces, ¿qué hago yo como individuo?
Considero que es importante que cada uno, desde su lugar, aporte a alguna de estas iniciativas. Como voluntario, como empleado, como donante, como prefiera: el menú de opciones es casi infinito, y las necesidades que cubrir, urgentes. Además, colaborar con una organización no tiene por qué ser desinteresado. Es más, habíamos quedado en que racionalmente todos nuestros actos persiguen algún interés. Las ONGs son proveedoras de bienes al que todos aspiramos de alguna u otra manera: o satisfacción personal, o prestigio social, o la oportunidad de incidir positivamente para cambiar un aspecto de la realidad que disgusta. De paso, ayudamos a multiplicar el impacto de las acciones (y nuestro impacto resulta menos marginal). Ellas representan intereses sin necesidad de agregarlos, como sí se le exige a los partidos políticos. Libres de esa pretensión atrapatodo, pueden enfocarse en ofrecer una vía directa para impactar en algo que nos mueve, y así, ganarle de mano al partido político que ofrece el camino largo de la militancia.
De todas maneras, no estoy segura de que el de las OSCs sea EL modelo de acción por excelencia. Como participante de varias, creo que son una alternativa suficientemente eficaz para justificar su existencia. Además, han demostrado ser necesarias o por lo menos, útiles. Hay adelantos sociales que tienen que ver con luchas trascendentales libradas por instituciones particulares, luego canalizadas en la arena política, como la ley del matrimonio igualitario o la de medios. Reclamos de estas organizaciones han conseguido poner en agenda temas que al común de la sociedad apenas le interesan, como el acceso a la información pública o la investigación de hechos de corrupción en el gobierno. Estoy convencida de que esto demuestra que el Tercer Sector (aquel que no se corresponde ni con el gobierno ni con el empresariado), en tanto fuerte, es básico para el correcto desarrollo de una democracia sana e inclusiva.
Por último, una idea que mantengo y quiero dejar como una invitación a la reflexión es que, a pesar de todo lo que realizan, aspiro a que desaparezcan. Es más, desconfío de cualquier institución que persiga un fin social y no se plantee seriamente su desaparición en el largo plazo. Si su nacimiento tuvo que ver con paliar una falta o ausencia, toda organización debería ser suicida en potencia. Por eso, ¿por qué no ayudamos a acelerar esa muerte?