“[…] Sin ningún género de duda, que a los ojos de esas gentes la realidad no podría ser otra cosa que las sombras de los objetos confeccionados […]”
Libro VII, La República (Platón)
Con las palabras anteriores, el filósofo griego Platón nos presentaba, por boca de Sócrates, su célebre alegoría de *la caverna*. Con dicha metáfora, Platón pretendía hacer reflexionar al hombre sobre el conocimiento que el ser humano tiene de sí mismo y del mundo que lo rodea, de la concepción (percepción) que el primero tiene sobre “la realidad”.Para Platón, el ser humano interpreta como *realidad *el mundo tangible, el mundo de los sentidos, aquello que es capaz de ver y tocar.
Sin embargo, explica el filósofo, ese no es el mundo real: la verdadera realidad se encuentra fuera de la caverna, en el mundo de las ideas. Así, lo que percibimos y entendemos como realidad, no es más que una sombra, una penumbra, la mera silueta de la verdadera realidad, lo que verdaderamente tiene sustancia, contenido: las ideas. Sólo el hombre que sea capaz de escapar de sus cadenas y salir al exterior de la caverna, podrá contemplar con toda plenitud la verdadera realidad.
Lejos de descubrir el mundo de las ideas, en el último siglo el Hombre parece haber roto sus cadenas pero ha caminado en la dirección opuesta, y se ha sumergido más y más hacia las profundidades de la caverna. Las sombras que antes visualizaba directamente en la pared interior de la cueva, ahora las percibe por su reflejo a través de un espejo, el cual enfoca a dicha pared, en la que la verdadera realidad sigue proyectando su silueta. Si antes los hombres sólo percibíamos sombras, ahora percibimos únicamente el *reflejo* de esas sombras. De esta manera, mientras el hombre sigue adentrándose en la caverna pensando que se acerca a la verdadera realidad, ciertamente de ella se aleja. Al ir penetrando en la gruta, y para no perder contacto con lo que cree* real*, el Hombre necesita ir superponiendo espejos que reflejen las sombras originales en los confines de la gruta, de manera que cuanto más profundo penetra, de más espejos precisa. Y en su ignorancia, cuantos más espejos sigue superponiendo, menos consigue percibir las penumbras iniciales, pues en el reflejo continuo de los espejos, las sombras se van deformando y desaparecen en la infinidad.Creyendo pues el Hombre que sus ojos contemplan el fiel reflejo de la (su) realidad -qué hace sino un espejo-, no sólo se aleja más y más de las sombras, sino del propio exterior de la caverna. Los artefactos que considera infalibles, no hacen sino distanciarle, aún más, de la efectiva realidad. Y las imágenes que éstos desprenden no son ya ni sombra, ni reflejo, ni mucho menos la Verdad.