Repetidas veces hemos escuchado la necesidad de reformar la manera de educar. Que es un desafío, es un cambio gradual, requiere cambios en las políticas de Estado … Se han realizado muchas conferencias, talleres, actividades, foros para proponer nuevas ideas en esta materia; ideas efectivamente “implementables”. De todas estas – al menos yo – no he visto todavía resultados. Sigue siendo una discusión, y parece que las partes no se ponen de acuerdo. ¿Qué es lo que falta?
Empecemos por el principio: ¿por qué hay que cambiar la forma de educar?
El sistema de educación actual tiene un formato que data del siglo XIX, propulsado principalmente por el luteranismo del Reino de Prusia. Ya de por sí, sin siquiera adentrarse en los detalles, sólo viendo la fecha, la necesidad de un cambio es por lo menos algo que se puede plantear.
En el sistema actual, no muy diferente al de aquella época, los grandes les relatan a los chicos el conjunto de conocimientos que tienen que aprender. Y se los tienen que aprender. Es un formato principalmente basado en un contenido escrito, casi inviolable, que un docente transmite a un alumno. El aula, ámbito en el que ocurre esta transferencia, es pocas veces (aquí existen variaciones) utilizada para fomentar otro tipo de discusiones. La creatividad, la imaginación, la formación de un criterio de decisión, la toma de decisiones, son ejemplos de elementos que **no **suelen ser debatidos en clase.
Casi tres siglos después del comienzo de la era prusiana en Alemania, ni la sociedad ni la tecnología tienen algo que se le parezca a aquella época. Hoy, buscamos “desprendimiento del rodete glenoideo” en Internet y entendemos, sin cursar muchos años de Medicina, de qué tipo de lesión se trata. Vemos un video sobre los principios de la ultrafiltración y nos queda claro para qué sirve. O leemos una nota en un blog de opinión y podemos encontrarnos con diferentes puntos de vista acerca de un mismo tema. Todo, sin movernos de casa. Nota: entiendo que esto es aplicable sólo a un sector de la sociedad; para quienes el acceso a tecnología es casi utópico la discusión de fondo es igual de válida, pero los ejemplos anteriores está claro que no aplican.
Independientemente del uso o de las formas de tecnología disponibles, **hoy podríamos ocupar parte del tiempo que pasamos en las aulas para hablar de *****otras ***cosas. Podríamos aprovechar este tiempo para ir más allá, tanto en la profundidad de los contenidos teóricos, como en las discusiones/charlas asociadas. Por ejemplo, un aula podría ser usada para:
- Fomentar el debate entre los alumnos
- Encontrar una forma ingeniosa de resolver un problema
- Explorar la creatividad (¡no sólo artística!) frente a un desafío
- Formar razonamientos criteriosos y alentar el crecimiento individual sin limitaciones
- Poner** ideas** en práctica
Ya no necesitamos el sistema anterior de docente omnipotente, que latiga al alumno con información básica encontrable en una enciclopedia virtual. Nuestra sociedad ha vivido muchos cambios; podemos dejar que los mismos contagien la vivencia en las aulas.
¿Qué desafíos involucra algo así?
En primer lugar, queda claro que ningún cambio relativo a un sistema de educación en masa es sencillo o abrupto. De un día para otro, nada va a cambiar. Se deben dar pasos graduales. Por ende, quizás tome tiempo ver los resultados de cualquier innovación al sistema.
En segundo lugar, una idea como la recién planteada, implica necesariamente una participación voluntaria del estudiante. Si hay elementos que se dejarán “para que el alumno averigüe por su cuenta” para dar lugar a otro tipo de actividades en el aula, el éxito de una tal medida estará asociado a la tasa de compromiso de tales alumnos. Desafiante ya de por sí.
Además, en el caso de que se requiera el uso de tecnología para poder llevar a cabo una medida del estilo, su acceso debe estar garantizado para todo el grupo estudiantil por igual (al menos en la idealidad). De todas maneras, la reforma de fondo es algo independiente de la tecnología (su aporte es indiscutible, pero no imprescindible): el punto está en que el rol que cumple el maestro/profesor en el aula, y las actividades que allí se desarrollan, podrían enfocarse de otra manera para dejar de lado esta forma “vieja” de aprender.
Un ejemplo
Hace unas semanas tuve la posibilidad de asistir a un taller de Innovación Educativa impulsado por el Instituto Tecnológico de Buenos Aires. El objetivo: empezar a recorrer el camino de un cambio, uno aproximadamente coincidente con el explicado en esta nota. En el primero de una serie de talleres, se nos enseñó a los docentes las utilidades y características de una herramienta informática (Microsoft Mix, para el caso) pensada fomentar la participación de los alumnos “desde sus casas”.
¿Cuál es la idea? Repensar los contenidos teórico-prácticos que se enseñan en el aula, de manera tal que se pueda generar una clase interactiva pero “a domicilio”. Así, cada alumno puede aprender algunos conceptos cómo, cuándo y desde dónde más le resulte. Con cuestionarios, evaluaciones e incluso “tareas” incluidos, esta clase particular sin docente le permitiría al estudiante de este siglo aprender sin tiza ni pizarrón. Pero ojo: no es un curso a distancia, es un complemento informativo adecuado a las generaciones actuales; la presencia de una figura docente que imparta otro tipo de conocimiento (uno más profundo, y uno más innovador) sigue siendo fundamental.
Para esta universidad, la implementación de estos cambios está prevista en un futuro cercano. Es un primer paso para cambiar la forma en la que se enseña y aprende. Y se aceptan sugerencias.