Debo confesar que la palabra inclusión me ha generado por mucho tiempo cierto resquemor. Hay un componente verticalista que asume como base una realidad mejor (la propia) versus la ajena, que niega como tal. De todas maneras, es un concepto mucho más habilitante en este sentido que “inserción”, por ejemplo, donde es mucho menor la posibilidad del otro agente de formar parte del proceso. Ambos conceptos suponen una parte con poder de afectar la realidad de la otra. Este artículo, por ejemplo, podría llamarse “Qué es **no **ser pobre”, ya que el concepto de *inclusión *obliga a pensar en términos de antítesis.
Pero a pesar de este recelo, sí creo que hay ciertas exclusiones que son imprescindibles de derribar, especialmente cuando hablamos de pobreza y de los derechos de los que se ven limitados aquellos que viven en esta situación. Pensar a la inclusión como desafío para nivelar la cancha, habilitar derechos y opciones requiere un pensamiento global, un acercamiento a la temática desde varias aristas. Últimamente, hay muchos argumentos desde el gobierno argentino que dicen que no se puede medir la pobreza a partir de un número. Estoy convencida de que no se puede definir pobreza si no es de manera multidimensional y es por esto que invito a revisar ciertos desafíos en materia de inclusión para comprenderla:
La inclusión educativa
No hablemos sólo de calidad educativa en términos de contenidos o de resultados en las pruebas PISA, sino de infraestructura, condiciones higiénicas y de seguridad. El ambiente en una escuela define la motivación y objetivos de cada estudiante, sujetos con derechos muchas veces obviados al momento de establecer partidas presupuestarias.
En situaciones de crisis, además, la escuela deja de lado sus prioridades educativas y formativas para hacer frente a necesidades de primera instancia, como asistir en la comida, la higiene y la salubridad de los alumnos.
La inclusión económica
Más allá de la obvia barrera del ingreso, hay otras limitaciones económicas que conlleva la vulnerabilidad. La falta de trabajo formal, por ejemplo, no permite acceder a un sistema previsional, o a una obra social que asegure los medicamentos de necesidad ante cualquier enfermedad.
El trabajo precarizado no permite acceder al sistema bancario formal con todas las adversidades que esto conlleva. Por ejemplo, que el ahorro necesariamente sea precario y en efectivo, con las posibilidades intrínsecas de ser víctimas de robos o que el día a día se coma esa capacidad acumulada; la inaccesibilidad a beneficios exclusivos de aquellos clientes del sistema (créditos a baja tasa, descuentos en el supermercado o negocios, financiación favorable) y la imposibilidad de proyectar sus finanzas a largo o mediano plazo. Es cierto que muchas entidades bancarias están actuando en estos estratos, aunque sea animados por la existencia de un mercado nuevo y pasible de explotar. Resta establecer una regulación que asegure que estas iniciativas cumplan un cometido social, además del beneficio económico.
La inclusión del domicilio
La problemática del hábitat es una realidad clave. En Argentina, y más precisamente en Buenos Aires, la situación inmobiliaria es sumamente paradójica. En los centros urbanos, la especulación en torno a la construcción ha generado un fuerte incremento de los valores a pesar de tener una gran cantidad de espacios ociosos mientras se desplaza a la población que no puede acceder a este mercado a otras situaciones en extremo precarias, de tenencia irregular de terrenos, hacinamiento y riesgos.
Por otro lado, vivir en contextos de baja urbanización conlleva otros perjuicios: las dificultades de acceder a un empleo formal (la estigmatización del CV), o a servicios públicos subsidiados, y ni hablar de la correspondencia a domicilio que en muchos barrios es una gran limitación. El colectivo no llega, así como no lo hace la policía y mucho menos, la ambulancia.
La inclusión tecnológica
El Plan Ceibal, en Uruguay, y el Conectar Igualdad, en Argentina, nacieron con el objeto de achicar la brecha tecnológica. Sin embargo, considerar a la tecnología como respuesta cuando debiera ser la pregunta y el disparador a otros cuestionamientos, es como mínimo un gran error.
La inclusión de la seguridad
En los asentamientos relevados por TECHO y UNICEF en el estudio “Las Voces de los Adolescentes”, por ejemplo, 7 de cada 10 adolescentes de entre 12 y 17 años manifestó haber sido testigo de situaciones violentas en el barrio. En contextos de vulnerabilidad, es mucho más difícil definir los límites al ser más difusa la presencia de las fuerzas coercitivas.
La inclusión del ocio
Los griegos consideraban al ocio como una de las fuentes de la reflexión y con ello, de la filosofía. Hay posturas que consideran que el turismo, por ejemplo es un derecho social (el peronismo enarboló esta bandera con vigor durante sus primeros gobiernos). Sin dudas es una de las privaciones más notorias que demuestran la satisfacción o no de ciertas necesidades.
En suma, es una realidad compleja de operar pero imposible de invisibilizar. ¿En qué sentido podemos trabajar para afrontarla? ¿qué otros desafíos crees que hay en materia de inclusión?