En los casi diez años que vengo dictando cursos de economía introductoria, cada vez tardo más tiempo en definir el concepto de economía. Recuerdo que en los primeros años, a los pocos minutos de comenzada la clase lo definía. Iniciaba así: “la economía es la ciencia …”. Independientemente que me volcara a una definición clásica, neoclásica o keynesiana (si es que la hay estrictamente), siempre comenzaba de la misma manera. Hoy en día, tardo una clase y media para arribar a una definición.
La razón de ello es que he aprendido a darle importancia a la contextualización histórica que le da sentido a la definición. Así es como el método científico (inserto en la definición) se formaliza a través de los economistas clásicos, con la figura de Adam Smith. Posteriormente es la influencia del positivismo científico quién otorga la rigurosidad en la contrastación y aporta la objetividad del hecho científico, escindido de quién lo estudia. Por supuesto que esto último, considerando a la economía como ciencia social, es solo una parte del cuento. El juicio de valor está presente siempre, como una etapa de análisis de los datos hallados.
La pregunta que uno podría formularse es: ¿hallados en donde? En las ciencias sociales, no es tan sencillo experimentar tal como en las ciencias duras. La posibilidad de realizar un “experimento de laboratorio”, en donde se recorta el objeto de estudio y se lo aparta de ciertas variables que lo afectan, representa una tarea dificultosa, cuando no imposible.
Ahora bien, cómo decir esto en una clase de economía y que mis alumnos, no solo presten atención, sino que, además entiendan el sentido de la economía como ciencia, y que no crean que son solo palabras de relleno que justifican la presencia del docente frente a ellos. ¿Por qué no presentarlo como un juego? ¿Cuán divertida puede ser la ciencia si la vemos desde un aspecto lúdico? Cuán divertido puede ser el conocimiento cuando le quitamos la solemnidad. Ello no implica quitarle rigurosidad pero sí, hacerla atractiva. La ciencia en general está al alcance de nuestra mano todo el tiempo, y es la que nos ha permitido desarrollarnos como humanidad.
Un juego que combina diversión, espíritu competitivo, pero además, requiere de una postura activa de los jugadores, es el ajedrez. Este es un juego que representa una batalla en donde, quien conduce las tropas, tiene que desplegar todas sus virtudes para lograr el objetivo final, que es darle mate al rey contrario. Para ello es necesario tener una estrategia, un horizonte, una luz al final del túnel; que se llevará a cabo a través de una consecución de tácticas.Es muy probable que muchos jugadores aficionados crean que con una idea del objetivo del juego y un conocimiento instrumental del movimiento de los peones y piezas, es suficiente para jugar. Eso es cierto, pero también lo es que, si quiere tener éxito en las partidas que juega, deberá sumarle algo de estudio. Estos mismos aficionados desconocen el mundo que se encuentra detrás de un tablero, la cantidad de libros publicados y hasta un tratado escrito por un gran ajedrecista argentino.
Uno podría dividir al juego en tres etapas: aperturas, medio juego y finales. La concatenación lógica de éstas muestra una estrategia elegida por el jugador. Para llevarla a cabo, es necesario utilizar tácticas, es decir una serie de jugadas que encuentran su sentido en relación al planteo del oponente.
La práctica de este juego centenario ha hecho que ciertas situaciones se repitan, es decir, es probable que en una partida, lleguemos conscientes o no, a un despliegue de piezas que otro ha pasado antes. En ese caso, si conocemos como lo resolvió ese otro, tendremos la respuesta de cómo ganarlo o seremos conscientes que la derrota es inminente.
Ahora bien, ya sabemos que se entiende por modelo en el ajedrez pero, ¿cómo se entiende ello para la economía? Si leemos cualquier manual, encontraremos que al modelo se lo define como una abstracción, una representación simplificada de la realidad. Un método científico que acota el conjunto de variables que interactúan, para poder ser estudiadas y, posteriormente arribar a conclusiones y generalizar luego. Ese modelo es el responsable de la atribución de ciencia a la economía, por reconocerlo como método científico.
Uno también podría dividir, como lo hicimos en el caso del ajedrez, a los modelos económicos en tres etapas. Los supuestos, es decir, las condiciones iniciales de las cuales se parte, podemos asimilarlo a una apertura.
El desarrollo del modelo puede asimilarse al medio juego. Es en este momento en donde me toca desplegar las piezas. ¿Lo hago desde el flanco de Dama o desde el flanco del Rey? ¿Qué hago si veo que – después de la apertura – el flanco de Dama de mi oponente no está desarrollado? ¿Elijo pérdida material (dejar que me coman piezas) por tiempo? Es decir, mientras tengo ocupado al adversario, yo me acerco al mate. Luego de saber con qué variables cuento, las que intervienen en el modelo, tengo un panorama de qué puedo hacer ¿Cómo combinar los recursos presentes en el modelo para llegar a un óptimo? ¿Cómo hacerlo para llegar a un equilibrio estable?
Las resoluciones de los modelos se asemejan a los finales de ajedrez. En éstos se debe llegar a un óptimo (dar mate a mi oponente) o a un equilibrio estable (tablas) No importa cuán complejo sea el modelo que pretendemos abordar, siempre va a seguir estos pasos. No importa el grado de conocimiento que tengamos de la ciencia, solo tenemos que aceptar el desafío de pensar y jugar. La ciencia y el conocimiento pueden llegar a ser divertidos, solo basta atreverse a enfrentar el estudio de éstos de otra manera, con entusiasmo y alegría. Pasión por conocer y aprender.