El colapso parcial o total del Euro parecería estar a vuelta de la esquina. Aunque Ben Bernanke, el titular de la Reserva Federal, siga inyectando liquidez en el mercado y el Banco Central Europeo decida “rescatar” a España o Grecia (el último “rescate” a este país fue de 169 mil millones de dólares), la eurozona enfrenta problemas económicos sistémicos que no se resuelven imprimiendo billetes: crecimiento lento, deudas privadas galopantes, cuantiosos déficit fiscales, alto desempleo involuntario y poca competitividad, entre otros.
Los motivos por los que se llegó a esta situación merecen otro artículo, pero, en un intento por simplificarlos, algunos países entraron a la zona del euro sin realizar reformas fiscales estructurales. Originalmente, esta fue una estrategia win-win para los países centrales (Alemania, Francia, Austria y Holanda) y los periféricos (Grecia, Italia, Portugal y España): los primeros pudieron exportar sus productos industriales sin chocarse con barreras tributarias y monetarias; y los segundos, además de acceder a estos productos, obtuvieron el respaldo político que necesitaban para seguir endeudándose.
A más de una década de dichos acontecimientos, la conjunción de mucho optimismo y poco sentido común derivó en una crisis económica que sólo puede agravarse. Concretamente, los países de la periferia están más endeudados, son menos competitivos y carecen de la voluntad política necesaria para reducir el gasto público. La combinación de estos factores aumenta la expectativa de que abandonen el Euro y/o entren en default.
** Primero,** porque si un país pertenece a la eurozona no puede imprimir billetes para financiar su propia deuda.
Segundo, porque el efecto contagio entra en acción. Aunque España esté más sólida que Grecia, si Grecia entra en default, aumentan las expectativas de que España haga default; en consecuencia, suben las tasas de interés de los bonos españoles, vuelven a aumentar las expectativas, y así sucesivamente hasta el punto donde los intereses de la deuda española resultan impagables.
Pero el problema no termina ahí. Como los bancos de los países centrales tienen bonos de los países periféricos y los capitales pueden moverse fácilmente dentro de la eurozona, la creciente expectativa de que un país periférico entre en default puede generar corridas bancarias en los países centrales; y, otra vez, la expectativa de que haya una corrida bancaria aumenta las probabilidades de que se produzca. En otras palabras,** la crisis económica europea llegó al punto donde se retroalimenta a sí misma;** con o sin otro “rescate”, solo es cuestión de tiempo hasta que el Euro llegue a su fin.
Así como resulta imposible hablar de América Latina sin destacar las diferencias culturales, políticas, sociales y económicas entre los países latinoamericanos, resulta imposible hablar de las consecuencias de la crisis europea para la región en su conjunto. Ahora bien, a pesar de que cada país de la región va a vivir el fin del EURO según su propia coyuntura, hay dos medidas conjuntas que podrán beneficiar a todos.
1. Mayor integración regional
Resulta evidente que si una América Latina más integrada es un evento deseable, también va a ser un resultado positivo a la hora de superar la crisis europea. No obstante, sería conveniente que además de recitar los beneficios de la integración regional, encaremos el discurso desde la otra cara de la moneda: resaltando los costos actuales y potenciales de no integrarnos. Por ejemplo, en vez de decir: “una Visa común para América Latina atraería más turistas”, deberíamos decir: “si queremos que los europeos vengan a la región a pesar de estar en recesión, necesitamos ofrecerles una Visa común”. Es un cambio sutil en el discurso, pero tal vez permita abordar el tema con más seriedad y compromiso.
2. Mayor cooperación con países emergentes
En Argentina, por ejemplo, ningún diario tiene un solo corresponsal en China o India; todos están en USA o en el viejo continente; tampoco conozco alguna Universidad que ofrezca intercambios a estos dos países, ni escuché de muchas secundarias donde se enseñe chino, aunque sea como taller o materia voluntaria. Puede que me equivoque, pero no me imagino que la situación sea muy diferente para el resto de los países de la región. Esto debe cambiar. No solo porque los BRICS son “los países del futuro”, sino porque ese futuro parecería estar cada vez más cerca.
La integración regional y la cooperación con otros países emergentes son dos destinos a los que siempre quisimos llegar, independientemente de lo que suceda en Europa. Pero podemos ver a la crisis en la eurozona como una oportunidad para apurar el paso. Y sí, estas dos propuestas pueden sonar ambiciosas para la realidad regional actual. El otro día leía el saldo de la guerra narco en México y pensaba que este país debe tener otras prioridades en mente. De la misma forma, para que los argentinos tengan la oportunidad de aprender chino en el secundario, primero tienen que ir al secundario (solo en la Ciudad de Buenos Aires, la mitad de los chicos que están en edad de ir al secundario no van).
No obstante, el razonamiento debería ser exactamente al revés: mientras más deudas sociales tenga un país de nuestra región, más debería acercarse a sus vecinos y a los gigantes asiáticos que están atravesando por los mismos desafíos. Tal vez así, y siguiendo con nuestro ejemplo, además de encontrar nuevos aliados frente a la debacle europea, los argentinos podríamos conocer el exitoso sistema de educación que implementaron algunos hindúes en las zonas rurales de su país y pedir ayuda para replicarlo en casa. En una de esas, América Latina también podría verse sacudida por un efecto contagio, pero de una naturaleza opuesta.
Habiendo dicho esto,**¿Qué otras acciones crees que podría tomar América Latina para potenciar la integración regional y estrechar la cooperación con los mercados emergentes?