Imaginá la siguiente situación: es martes, es tarde, y recién llegás a tu casa. El día fue largo, durísimo, así que decidís entrar a tu red social preferida para desconectarte un rato. Tus noticias están llenas de lo mismo de siempre: chistes acerca del último político mediático, videoclips de algún artista pop, memes acerca de un chef turco y una avalancha de fotos de bebés y recuerdos de aniversario de casamiento. Bajás, bajás y bajás en la página, hasta que encontrás un video de un gato. Ahora sí, a relajarse.

Este comportamiento no es sorprendente. El exceso de información crea una saturación de nuestros receptores, causando que bloqueemos nuestros sentidos. Hay tanta, que realmente es un esfuerzo asimilar todo. Tendemos a absorber sólo la información que está preprocesada, lo fácil. Esto puede estar fuertemente ligado a que la pereza es un rasgo evolutivo en los humanos[1]. Estamos diseñados para ahorrar energía en un entorno donde las calorías disponibles son limitadas. Por supuesto, esa no es nuestra realidad actual, pero el rasgo evolutivo sigue siendo parte nuestra.

Esto nos lleva a las mayores causas de la desinformación: la falta de diversificación y la falta de verificación de fuentes.

Empecemos con la falta de diversificación de fuentes. Créalo o no, hay gente que se mantiene informada acerca de sucesos actuales exclusivamente a través de las redes sociales. Facebook, Twitter, incluso 9gag! Uno de los mayores problemas de esta estrategia es que la información en esos medios es altamente sesgada. Nuestras noticias están formadas en base a quiénes seguimos, a quiénes tenemos como amigos. Con eso en mente, la información y los puntos de vista que nos presenten van a ser limitados.

“Dime con quién andas, y te diré qué sabes”

No sólo estamos condicionados por nuestra elección de a quién seguir, o por quiénes son nuestros amigos, sino que las redes sociales nos van a presentar por defecto sólo un subconjunto de la información disponible. Las redes sociales determinan qué mostrarnos en base a qué buscamos, qué nos gustó y qué perfiles abrimos recientemente[2], creando así un ciclo de retroalimentación de contenido relacionado.  Nos presentan entonces sólo la información que un algoritmo calculó que nos gustaría. Las publicaciones, publicidades y clickbaits que vemos están relacionados con nuestro historial y nos encierran en un patrón que en sí mismo le provee al algoritmo información aún más detallada acerca de nuestras preferencias percibidas.

Adicionalmente, algunas redes sociales te dan la opción de esconder un cierto tipo de publicaciones, ya sea por autor o, más peligrosamente, por contenido relacionado. En este caso, uno elige ignorar información. Por supuesto, uno podría querer bloquear contenido de alguien que no le cae bien (eliminalo de tus contactos, haceme caso), pero una razón alternativa puede ser que la información que queremos bloquear nos incomoda. Experimentamos disonancia cognitiva: estrés mental causado por tener dos ideas contradictorias simultáneamente[3], o bien cuando se nos presenta evidencia que contradice nuestras creencias actuales. Las maneras de resolver esta incomodidad es o bien cambiando nuestras creencias, que es la solución más difícil e improbable de todas, ignorar la información que causa nuestra incomodidad, o bien buscar fuentes que coincidan con nuestras creencias y nos permitan considerar errónea a la nueva evidencia. Esta última solución es lo que se llama Sesgo de Confirmación[4].

Esto nos lleva en definitiva a la segunda causa de la desinformación: la falta de verificación de fuentes. Por un lado, nuestra necesidad de deshacernos de la disonancia cognitiva a través del sesgo de confirmación nos va a predisponer a creer cualquier cosa que esté alineada con nuestras creencias, independientemente de la fuente. Aceptamos sin problemas las palabras de quien sea que confirme nuestras teorías e ideas, incluso pudiendo estar errados (aún hay gente que piensa que la Tierra es plana). Es bastante improbable que alguien busque fuentes de verdad alternativas, intentando encontrar puntos de vista que se contradicen con nuestra verdad. Por otro lado, nuestra naturaleza perezosa nos va a llevar a creer ciegamente en cualquier información plausible que se nos presente, sin llegar a chequear referencias cruzadas con fuentes confiables.

Por supuesto, no todo lo que encontramos en la Internet es cierto. La mejor manera de encontrar información confiable es consultando fuentes confiables. Un posible ranking de confiabilidad de fuentes podría ser el siguiente (de más a menos confiable):

  1. Documentos oficiales, leyes y decretos (verdaderos por su naturaleza enunciativa)
  2. Documentos científicos (altamente confiables por estar respaldados por investigación y evidencia científica, pero un poco menos confiables porque cada investigación abre las puertas a que la refuten)
  3. Diarios prestigiosos (uno esperaría que un diario prestigioso verificase sus fuentes y que tuviese editores que filtren las publicaciones)
  4. Diarios menos prestigiosos (los artículos suelen ser menos serios y a veces sensacionalistas)
  5. Redes sociales (absolutamente no confiables, donde cualquiera puede escribir lo que se le antoje)

Con este modelo, la información sólo puede ser tan confiable como la fuente menos confiable que haya sido citada como referencia (por ejemplo, si un diario importante comparte una noticia de un diario menos prestigioso, esa información sólo va a tener confiabilidad de nivel 4). Con esto en mente, cualquier cosa encontrada en las redes sociales tiene que ser considerada como no confiable. Y sin embargo, hay gente que cree hasta en los más ridículos Hechos Alternativos (Alternative Facts)[5].

Mientras que no parezca que haya una manera de resolver la desinformación globalmente, hay una manera de resolverlo a nivel personal: informate, buscá fuentes confiables que confirmen lo que hayas leído u oído, buscá puntos de vista alternativos, intentá evitar el sesgo de confirmación. Si sos muy vago para hacerlo por tu cuenta, buscá un verificador de hechos confiable (como Chequeado.com o Politifact). No te quedes con la verdad aparente.

Mantenete informado.

[3]: Festinger, L. (1957). A Theory of Cognitive Dissonance. California: Stanford University Press.