Lo que hasta ahora venía perfilándose como una pelea a cuatro frentes –dos con chance, dos en el horno-, dio paso a un escenario tripartito -en principio, los tres con chances. Con buen tino, las fuerzas minoritarias se miraron al espejo y se sinceraron: o cada uno muere con la suya o luchamos juntos. En lo que representa una rareza para la Argentina, esta vez no se impusieron las diferencias.

Las elecciones legislativas 2013 nos había dejado un escenario que podía simplificarse en las discutibles categorías Izquierda-Derecha y Peronismo–No Peronismo. Quedaba algo así:

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Claro que ese dibujo es engañoso (no tanto por los rótulos como por las dimensiones). Si bien es cierto que hablar de Izquierda y Derecha en el Peronismo no tiene mucho sentido -más bien habría que distinguir entre oficialistas y ex oficialistas-, de ningún modo el electorado no peronista tiene las dimensiones del peronismo.

Para ponerlo en porcentajes un tanto arbitrarios, digamos que el espectro no peronista es del 30%, contra un 45% peronista y un 25% que depende para dónde sopla el viento. Hasta ahora eran tiempos peronistas, por lo que daba un 70-30. El año pasado, el exitoso y corto experimento UNEN funcionó a modo de huracán, arrastrando a todos los livianos en un 55-45.

**** ****El nuevo escenario.

Dadas esas dimensiones desventajosas para el No-Peronismo, dividirse el 30% era un doble suicidio. Lisa y llanamente significaba darle las elecciones al peronismo. Para evitar eso, los radicales se juntaron y resolvieron que la línea que los separa del peronismo es más grande que la vieja y ya deslucida distinción Izquierda-Derecha. Así de clara fue la postura ganadora de Sanz: “Tenemos una oportunidad única para que el republicanismo democrático derrote al populismo autoritario”.

Queda así un nuevo escenario, con un frente no peronista agrupado (Pro-UCR), un frente peronista oficialista (Frente Para la Victoria) y un peronismo ex oficialista (Frente Renovador). Por el lado del no peronismo las cosas ya están claras. La fórmula presidencial se resuelve en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), en una interna entre Sanz, Macri y Carrió. Ahora es el turno del peronismo, que tiene frente a sí un sencillo problema matemático: tres nombres fuertes (Cristina, Scioli y Massa), para sólo dos espacios (Oficialismo, No Oficialismo). Pero el partido ya se está jugando, y dos de los tres ya tienen equipo: Cristina -Oficialismo y Massa-No Oficialismo. (Aclaración obvia. Donde dice “Cristina” lease “Candidato de Cristina”, el nombre es lo de menos).

La gran decisión está entonces en manos de Scioli, que básicamente tiene que elegir con quién va a jugar. Al ser el último en mover corre con una gran ventaja: cualquiera sea su jugada, mata a uno de los otros. Para ser claro, (1) si Scioli juega con Cristina, Massa queda sólo, y (2) si Scioli juega con Massa, el oficialismo pierde. En ambos caso, el poder de fuego le asegura a Scioli estar al frente de la fórmula peronista mayoritaria (así, más allá de con quien vaya, Scioli tiene asegurado su lugar como primer candidato del Peronismo).

Un acuerdo Scioli –Massa sería la opción más débil para el peronismo, ya que le dejaría la primer minoría al frente Pro-UCR. En cambio, por más que les pese a ambos, un acuerdo Scioli-Cristina mantendría la primera minoría del lado peronista. En este escenario, ya lejos de posibilidades como presidenciable, Massa tendría una última jugada: ir a la gobernación de Buenos Aires y que los dos presidenciables –¿Macri y Scioli?- se peleen por él. Habría que ver ahí si a Massa le pesa más la diferencia con el oficialismo o con el no peronismo (o quizás, tendría que ver quién viene mejor y qué puede negociar).

Más allá de toda esta fantasía, lo que está claro es que el próximo gran movimiento está del lado Peronista, que enfrenta este nuevo escenario.

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**Anticipando el debate presidencial **

Cualquiera sea la resolución fuerte del peronismo – (1) Scioli Oficialista o (2) Scioli ex oficialista-, la decisión de la UCR de pormenorizar la distinción izquierda-derecha anticipa las posiciones que van a estar en juego en octubre. Dejando para más adelante sus diferencias, las fuerzas opositoras priorizaron enfrentar al partido hegemónico que gobernó la Argentina más del 90% del tiempo durante los últimos 25 años.

Por lo que no esperemos una gran disputa ideológica. El peronismo levantará sus banderas populares-nacionalistas, que serán respondidas con banderas democráticas-republicanas. Más allá de eso, no van a haber grandes debates en materia de teoría política, de teoría económica, ni en modelos de desarrollo. Más bien debemos esperar una elección netamente política, con las chicanas y los grandes eslogan que caracterizan el debate público de los largos últimos tiempos. En definitiva, una elección marca registrada Argentina.

Aclaración última. Los porcentajes dentro de cada espacio del gráfico refieren a mi opinión sobre la base electoral de la que parte cada espacio. A menos que se junte todo el frente Peronista, pareciera ser un punto de partida parejo. Así, como toda elección, la última palabra va a estar en manos de los que votan de acuerdo al viento. Aunque en este caso, vale decir, hay una gran diferencia respecto de las última elecciones; al no haber grandes distancias en el arranque, cualquier brisa de último momento puede definir al próximo presidente.