El fin de semana pasado tuve que visitar una clínica médica. Por supuesto que no fue por placer: ver gente sufriendo por dolores propios y ajenos no es lo mío. Además, casi que por definición, esos lugares son lúgubres, tristes, antinaturales. Todas luces artificiales, máquinas, computadoras que mantienen vivas a las personas, espacios a los cuales no se puede entrar…

Estar en una clínica más de dos horas es una experiencia en sí misma. Al menos, estando de observador. Una cantidad de fenómenos sociales destapa una realidad del genotipo humano no vista en cualquier otro ámbito. Quizás sea porque la necesidad apremia y en esos momentos uno se muestra como realmente es, sin pensar que esos comportamientos los guarda en un cajón cuando sale a la calle.

Paseemos un rato por los pasillos de una clínica privada que tiene de todo: desde emergencia quirúrgica, hasta guardia ginecológica. Es moderna, tiene equipos que realizan exámenes costosos, un personal supuestamente calificado, un laboratorio interno, camilleros, seguridad propia… Todo para que un enfermo se sienta cuidado, cómodo, e ilusionado con curarse.

A la entrada, la Guardia: esa salita de espera llena de desafortunados, que multiplican en número a los doctores atendiendo, tal que el aguardo puede extenderse entre 45 minutos y 7 horas. Y porque no es un lugar especializado, allí recae una amplia gama de clientes… ehm, digo, pacientes: todos buscando explicaciones por algo que salió mal. Desde un sarpullido preocupante del nene hasta la deshidratación de la abuela, todos hacen fila para que alguien escuche sus historias. Y claro, como el oído especialista tarda tanto, las historias se las cuentan entre ellos… Y la abuela juega a ser dermatóloga y le sentencia su opinión al nene, como si hubiera visto miles de esos (sarpullidos) en su vida. Cuando el doctor llama, la abuela y el nene nunca se conocieron, y el que tiene el orden de llegada primordial comienza a recitar su queja frente al gerente médico: primero, su descontento por haber esperado tanto; luego, aquello que le molesta. La autoridad toma nota, el paciente desaparece, y otras historias vuelven a nacer.

Por el medio, el sector de ecografías. Sala de espera, sillones, televisión; un escritorio y una secretaria que toma los turnos de los interesados en que les vean lo que tienen dentro. Una serie de puertas, boxes (en donde se encuentra el ojo analista), que comunican la sala con un pasillo posterior. El promedio de espera – al menos cuando pasé por ahí – era de 6 horas para un paciente en “emergencia”. ¿Será que la máquina que puede ver todo nuestro interior también necesita descansar la vista? Pero, por si la espera no fue lo suficientemente larga en la sala, al finalizar el corto estudio (que promedia los 10 minutos), el cliente es llevado al pasillo posterior, a la espera del camillero, para que otro pueda tomar su lugar. Ojo, no importa si no hay camillero: ya vendrá… lo imprescindible es que se haga pasar a otro paciente. Así se le pude cobrar… digo, atender. No importa si el paciente sufre de convulsiones mientras espera en su camilla a que alguien lo venga a buscar… de todas maneras, algún doctor debe haber dando vueltas… ¿no?

Finalizamos nuestro recorrido por la mismísima Guardia de Emergencias. Los doctores allí asignados se supone son la élite de la élite, los que atienden más eficientemente, los que están más despiertos y atentos: ¡es una emergencia! ¿Cómo se inicia el proceso de tratamiento en estos casos? Así:

  1. Primero lo primero: la credencial de la obra social. No se puede hacer nada si no se le presenta a la empleada administrativa una prueba fehaciente de que uno paga su cuota para que alguien pueda atenderlo ante dicha emergencia.

  2. Luego, un especialista en el trato con seres humanos viene a preguntarle cuál es el aprieto en el que se encuentra el cliente. Este responde, y el primero determina que hay que realizarle estudios. Atención: es imprescindible responder siempre lo mismo; los estudios se deben hacer independientemente de lo diga el paciente. Sí, el tipo de estudio puede variar; pero el doctor no debe tocar al cliente, ni con un estetoscopio o un termómetro.

  3. El paciente es suministrado un suero. Porque sí, siempre es necesario.

  4. El cliente espera a que le toque lo que le tenía que tocar (me refiero al estudio, ¡el doctor jamás lo toca!). El especialista regresa con cierta periodicidad para preguntar si todo está bien y si los estudios ya terminaron.

  5. Una vez que todo terminó, el doctor da su veredicto

Durante la etapa de espera, el cliente se encuentra solo (o acompañado por algún familiar), separado de los demás por finas cortinas blancas. Sólo puede escuchar cómo el resto de los que están como él viven el momento: están los resignados – que ya dejaron de querer intentar que alguien venga a preguntarles cómo y por qué –, los locutores de radio – que todo lo que ven lo recitan, como intentando explicarle a alguien que sólo puede oír –, los relojito-dependientes – quienes no cesan de remarcar lo mucho que hace que están allí. Hay de todo… excepto doctores que pasen a ver a sus pacientes y de hecho los escuchen. No hay quien se cuelgue un estetoscopio y e indague por qué le duele donde le duele. No hay quien pregunte por una descripción detallada de los hechos. No hay quien se imagine otra cosa que aquello que un “estudio” puede arrojar.

La medicina es otra **víctima ****de la **Revolución Industrial. Los pacientes se despachan como autos Ford T en su mejor momento. La atención roza lo genérico: todo se resuelve con un suero, una camilla y algún estudio. ¿Dónde fue a parar la atención personalizada, el diagnóstico por escucha, el estetoscopio? ¿Cómo puede ser que alguien que sufre un dolor abdominal sea tomado una radiografía de tórax y que, después, no importe? ¿Cómo podemos concebir que todo puede solucionarse con una máquina, para la cual hay que esperar 6 horas mientras se sufre sin ser escuchado?

Yo entiendo que la medicina privada es un negocio, y – como tal – el objetivo de su(s) dueño(s) es ganar plata. Pero, ¿hace falta arrastrar al doctor hacia el capitalismo inhumano, donde es más importante facturar que curar? Vamos, no me hagan creer que hemos caído en esa sociedad… ¿Caímos realmente?

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