Es hora de empezar a malgastar. Llevamos mucho tiempo cuidando de este planeta tan verde y respirable. Tanta eficiencia productiva me hace mal al alma. Así, no vamos a llegar a ningún lado… si no nos ponemos de acuerdo y todos juntos, bien organizaditos, no empezamos a contaminar este lugar, no vamos a aprovechar la vida.

Así podría arrancar una versión alternativa de la película canadiense Upside Down (Un monde à l’envers). Digo, porque es claro que la realidad nada se parece al párrafo anterior; todo lo contrario. Por supuesto, qué tanta importancia se le da al cuidado del medioambiente varía con cada pueblo y cultura. Qué tanto se cree en el verdadero impacto del cambio climático también depende de cada personalidad y entorno. Qué tan conscientes somos, sin embargo, de los efectos que genera nuestra propia vida y obra sobre esta Tierra, es independiente de la sociedad: somos poco conscientes.

Sí, ya escucho a los ambientalistas gritarme “¡YO SI SOY!” a través de la pantalla. O a los escépticos cuestionarme “y total, ¿qué importa?”.

Indudablemente hay personas más conscientes que otras. Pero, ¿somos lo suficientemente conscientes? E indudablemente, hay razones para creer en la real necesidad de preocuparse. Pero, ¿nos las planteamos siquiera?

Me gustaría compartir con usted, señor lector – ambientalista o contaminador empedernido, preocupado a tope o nihilista al extremo, científico o artista, creyente o ateo – el siguiente corto video de animación, nominado al Oscar en el 2011 (Nota: el video está en inglés, pero pueden activarse los subtítulos en la opción “Captions”: por defecto están en inglés, pero luego se puede traducir a cualquier idioma).

El hombre es un ser complejo: logra que los desiertos florezcan – y que los lagos mueran.

  • Gil Scot-Heron*

En este tono irónico y sobre-exagerado el autor nos propone reflexionar sobre el caso límite – extremo, sí – de nuestro comportamiento como consumidores y de nuestro nivel de conciencia ambiental.

En mi caso particular, que he tenido la suerte de conocer una cultura primermundista y otra del tercer**mundo (vaya uno a saber por qué le seguimos llamando así), creo que mi nivel de consciencia sobre mi accionar es limitado, e independiente del país en el que viva. Lo que sí noté que ha cambiado drásticamente es el comportamiento que puedo tener como consumidor en un lugar o en otro. Las sociedades europeas incentivan un comportamiento “ecológico” en los ciudadanos de manera mucho más eficiente que las sociedades americanas (¡al menos las sud-americanas!). Y no porque un francés sepa más o mejor que un argentino qué tanto daño le está causando a su entorno… pero porque su ciudad (pequeña urbe o gran capitolio, da igual) ha sido preparada con los recursos básicos para fomentar este tipo de acciones: centros de reciclaje, campañas de separación de basura al origen, incentivo en transportes públicos eficientes, utilización de energías limpias en industria y hogar, una consciente planificación urbana…  Las opciones son variadas y están (más o menos) bien gerenciadas.

Del otro lado del agua, en el mismo planeta, mi accionar se ve más desalentado. Estos mecanismos están menos fomentados en estas tierras. Pero, un minuto… ¡yo sigo siendo igual de consciente! ¿Cómo puede ser?

No apunto a discutir las razones políticas de las condiciones del medioambiente en un lugar u otro. Más bien a entender nuestra forma de razonar frente a esta problemática. Creo que nuestro nivel de consciencia en estos temas está adormecido. Sabemos que hay acciones que ayudan al planeta y otras que no (¡no me vaya a decir que “separar la basura” le parece una idea sacada de una novela de Verne!). ¿Pero hasta qué punto? Si sabemos que hay cosas que no deberíamos estar haciendo ¿no correspondería dejar de hacerlas, independientemente del lugar donde vivimos? ¿O encontrarles una alternativa, como sociedad?

Tal vez debamos empezar a considerar al medioambiente como parte del bienestar colectivo, y tenerlo en cuenta en nuestro accionar egoísta (por si no entendiste a qué me refiero). Quizás sólo así logremos realmente conscientizarnos…

En cualquier caso, ¡contaminemos YA! Pero contaminemos bien… contaminemos ideas que ayuden a despertarnos.