¡No me digas que en el estado enfrentan el mismo problema que en casa!

Hasta ahora hemos hablado bastante sobre la inflación, una de las mayores problemáticas que han acechado a nuestra economía a lo largo de la historia –y que en estos últimos años ha vuelto a resurgir. En esta ocasión me gustaría detenerme en lo que considero la causa primera de los problemas económicos de la argentina, como también el principal problema de las economías hogareñas y el de muchas otras economías mundiales.
Básicamente a lo que me refiero, es al temita que surge cuando queremos gastar más de lo que tenemos (cosa que en casa se lo conoce como “paremos la mano, estamos ajustados de presupuesto” y a nivel macro, se lo conoce como “tengamos cuidado, está creciendo el déficit fiscal”). Así como todas las casas tienen un ingreso determinado en base a lo cual deciden realizar o no ciertos gastos o ciertas actividades, el estado también cuenta con ingreso a partir del cual decide qué cosas realizar.

Empecemos por casa.

Tenemos ganas de hacer un montón de cosas: comer, dormir, comunicarnos, vestirnos, estudiar, salir, viajar, etc (y dentro de cada una hay infinitas opciones, con diferente precios). El tema es que cada cosa requiere que usemos un poco de nuestro ingreso, el cual siempre es menor a nuestros infinitos deseos. Por definición los recursos (finitos) son siempre menores a nuestros deseos (infinitos). Esto es lo que los economistas llaman escasez de recursos, que en realidad no significa que haya poco recursos sino más bien que hay demasiados deseos -es decir, la escasez no es tanto una característica propia de los recursos, sino más bien consecuencia de nuestros deseos insaciables.

Cómo fuera, lo que sucede es que dado nuestros recursos (la mayoría proveniente del sueldo) tenemos que elegir en qué utilizarlos. Obviamente no podemos usar mucho más de lo que ganamos -en realidad sí podemos hacerlo, pero para eso tenemos que conseguir recursos de otro lado (¿algún préstamo?) que en algún momento vamos a tener que devolver. Esto implica que si vemos nuestra vida como un todo, esperaríamos observar una especie de equilibrio entre nuestros ingresos y nuestros gastos. Habrá algunos momentos en los que nuestros gastos superen nuestros ingresos -por ejemplo si queremos comprarnos un depto., para lo cual necesitamos obtener algún crédito hipotecario-, y habrá otros en los que suceda lo inverso -por ejemplo a medida que tengamos que ir devolviendo dicho préstamos.

A la larga lo que esperaríamos ver es que, a lo largo del tiempo (es decir, inter-temporalmente) nuestros gastos coincidan con nuestros ingresos, y que la diferencia sea lo que les dejamos a nuestros hijos. En el mejor de los casos, será alguna suma de dinero -debido a que produjimos más de lo que utilizamos-, aunque puede ocurrir que le dejemos alguna deuda –debido a que utilizamos más de lo que generamos.

En cualquier caso, está claro que no podemos gastar todo el tiempo más de lo que ganamos. Claro está, como ejemplificamos con el depto, que esto no implica que siempre debemos gastar de acuerdo a lo que tengamos en ese momento. De hecho, muchos créditos permiten comprarnos cosas que de lo contrario sería imposible –un auto, un depto, algún arreglo-, y además muchos permiten invertir en el presente para aumentar nuestros ingresos de mañana –préstamos productivos, préstamos para comenzar un emprendimiento, préstamos para acceder a alguna universidad prestigiosa, etc.

Lo que quiero decir es que no podemos gastar a cuenta más de lo que esperamos ganar a lo largo de nuestra vida. Visto como un todo, los gastos “extras” que realicemos hoy es porque sabemos que mañana vamos a tener que compensarlo, ya sea gracias a que mañana ganemos más, o si seguimos ganando lo mismo, reduciendo algún otro gasto que tengamos.

Ahora sentémonos en la silla de gobierno.

Por un rato levantémonos de nuestra mesa, e imaginemos que estamos al frente del país.
Lo primero que vamos a encontrarnos es con todos los problemas que queremos solucionar: la desigualdad, la falta de empleo, falta escuelas, de hospitales, etc. Las necesidades/deseos son también infinitos. Y nuevamente nos enfrentamos al problema de la escasez de recursos; nuestros nuevos ingresos que ahora provienen de los impuestos que aportan los ciudadanos (los mismos individuos de los que hablábamos antes), también resultan insuficientes para llevar a cabo nuestro tan deseado plan. Nos enfrentamos así, como jefes de estado, al mismo problema al que nos enfrentábamos antes como jefes de hogar. Aunque esta vez nuestras necesidades suenen más importantes y urgentes, está claro que el problema es el mismo.

Y ante el mismo problema, no podemos pretender no encontrarnos con las mismas trabas de las que hablábamos antes. Como decíamos, está claro que no podemos gastar todo el tiempo más de lo que ganamos –no podemos mantener un déficit fiscal por muchísimo tiempo (en algún momento vamos a tener que pagarlo). Ojo, con esto no quiero decir que siempre debemos gastar de acuerdo a lo que tengamos en ese momento. De hecho, al igual que ocurre en casa, muchos créditos permiten desarrollar cosas que de lo contrario sería imposible –infraestructura, transportes, grandes inversiones-, y además muchos permiten aumentar nuestros ingresos de mañana –inversiones productivas, inversiones tecnológicas, inversiones de capital humano, etc.

En definitiva, la cuestión es que no podemos gastar a cuenta más de lo que esperamos ganar. Muy bien sabemos que lo que gastemos de más hoy (vía déficit), es porque mañana lo vamos a tener que compensar (vía superávit), ya sea gracias a que ganemos más -si nuestros préstamos fueron destinado a inversiones- o, en caso de seguir ganando lo mismo -si nuestros préstamos fueron destinados a consumo-, reduciendo algún otro gasto que tengamos.

**Pensemos en el largo plazo.
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Por más tentativo que resulta reducir la desigualdad – cualquiera sea el costo-, no podemos olvidarnos de que a la larga (¿pongámosle cada 20 años?) nuestros gastos deben coincidir con nuestros ingresos, por lo que va a llegar un momento en que tengamos que devolver los excesos de gastos que realicemos hoy. Llegado el caso, si nuestra manera de luchar contra las distintas problemáticas que acechaban a la sociedad fue meramente gastando por encima de lo que producimos sin preocuparnos por la manera en que esos nuevos recursos fueron volcados en la sociedad -es decir, sin haber sido capaces de canalizar esos nuevos recursos en mejoras de largo plazo-, muy posiblemente tengamos que devolver ese exceso de gasto a costa de algún otro. En ese sombrío escenario, lo que podía haber sido un juego de suma positiva seguramente termine convirtiéndose en un juego de suma cero, donde el presente sea el momento de compensar los excesos del pasado.

¿Será eso lo que está en el fondo de las políticas de ajuste?
¿Podemos entender al ajuste en el sentido de equilibrar nuestro presupuesto a lo largo del tiempo; es decir, entender al recorte de gastos de hoy como consecuencia de los excesos de gastos que realizamos en su momento y que algún día (uy, llegó ese día) nos toca devolver?

Responsables del déficit fiscal