Analía Gómez Vidal nació en Buenos Aires, Argentina, en 1989. Estudió Economía (especialización en Periodismo) en la Universidad Torcuato Di Tella. Actualmente, cursa la Maestría en Economía en la misma institución, y trabaja como asistente de investigación en la Federación Iberoamericana de Bolsas (FIAB). Es colaboradora habitual de distintos medios independientes y se desempeñó como responsable del blog del South American Business Forum (SABF). Twitter: @agomezvidal

Jorge Majfud, PhD, trabaja en la Division of Humanities de la Jacksonville University en Florida. Es autor de libros y de numerosos artículos de opinión sobre la situación en América Latina.

AGV: Al observar la situación en América Latina, muchos plantean actualmente el reinado de la intolerancia como el ambiente actual en la región. Incluso algunos, un poco más extremos, se han animado a hablar de un acercamiento a la época negra de las dictaduras en América Latina (en países como Venezuela o Argentina), si bien esta vez se produce dentro de gobiernos democráticos. Muchos se han escudado también en una suerte de redención histórica después de haber vivido esa época, cayendo en el peligro de revisar la historia hacia un relato único, y reviviendo enfrentamientos y modos que, en definitiva, no parecieran permitir el avance de la región hacia una realidad de crecimiento y equidad. Otros, de forma más explícita, han recurrido a la persecución y al asesinato de comunicadores, periodistas y actores relevantes del ámbito político y económico. ¿Somos, efectivamente, rehenes de nuestra propia historia? ¿La intolerancia a la crítica y el debate son parte de nuestra idiosincrasia, o sólo un mecanismo de defensa política a la orden del día? ¿Cómo superar la falta de oposición articulada, como el caso argentino, que potencia el fortalecimiento de un sólo discurso, y divide la opinión entre amigos y enemigos?¿A qué otros mecanismos democráticos acceder para evitar el desgaste de nuestras democracias?

JM: Ahí hay varios puntos. En breve:

  1. No podemos equiparar la América Latina de hoy con aquella de las viejas dictaduras militares. No hay punto de equiparación.
  2. No hay que temerle a ningún revisionismo histórico, excepto aquellos que son promovidos o institucionalizados por un gobierno, como es el caso más reciente de Argentina. En una democracia no debe haber tabúes, pero esta discusión y revisionismo debe partir de la libertad de los distintos grupos independientes, no comprometidos con partidos políticos y menos con el oficialismo, es decir, el poder político del momento.
  3. El problema de la violencia del narcotráfico en países como México no es solo responsabilidad de los países productores o de tránsito sino de los países consumidores, como Estados Unidos y los países europeos. La mejor forma de eliminar una oferta (y en consecuencia la violencia que se deriva de ella) es eliminando la demanda. Ningún país ha ilegalizado el trafico de estiércol de perro ni nadie se mata por ese producto porque no hay interés en comprarlo (al menos por ahora). Diferente ha sido la larga historia del guano, el codiciado estiércol de murciélago y aves marinas en Perú.
  4. Sí, en parte somos rehenes de nuestra propia historia. Esa es una de las razones por las cuales personalmente excuso a aquellos que están en situación de miseria y escasa educación. Cuando en un país no faltan recursos, ellos (sobre todo los niños) son el rostro visible de un crimen colectivo. Somos rehenes de la historia cuando no sabemos hacer otra cosa. Pero cuando hemos visto alternativas, otras formas de ser, y persistimos, entonces ocurre algo muy común: somos rehenes voluntarios. A nivel personal, podemos tomar conciencia de un problema pero al mismo tiempo no tomamos medidas porque nos falta voluntad, coraje o simplemente porque no queremos cambiar. Entonces necesitamos una explicación acorde, una justificación: la culpa es del otro que ha arruinado mi vida. En nuestra sociedad consumista, la falta de coraje y voluntad se llama “enfermedad”; entonces pagamos a un tercero para que nos escuche y nos diga lo que en el fondo ya sabemos o nos lo han dicho los amigos o un familiar.

AGV: Eso podría justificar la cantidad de psicólogos en la región (en especial, en Argentina)…

JM: Bueno, el fenómeno de la proliferación de psicólogos y psiquiatras en Argentina es anterior. Probablemente se explique por la gran cantidad de inmigrantes europeos a principios del siglo XX, por la propensión a la nostalgia y el intelectualismo argentino-uruguayo que se refleja hasta en el tango y en la literatura rioplatense. Pero el fenómeno de la dictadura de la psicología popular, no la más profesional sino aquella que se ha vendido como pan caliente, es más reciente; probablemente tenga menos de dos generaciones. Hace unos años, discutía con unos amigos sobre las costumbres “políticamente correctas” que reproducimos inconscientemente; no puedo citar los correos ajenos pero sí me puedo citar a mí mismo: “antes esperábamos que nuestros padres terminasen de ver el informativo para ver dibujos animados; ahora los padres debemos esperar que nuestros niños dejen de ver dibujos animados para ver el informativo. Siempre hay una generación jodida”. Enseñamos a no tener coraje y a resolver deseos y necesidades comprando y pagando. En esta nueva cultura del mercado, se forman y consolidan actitudes, reflejos y fijaciones psicológicas: pagar es importante, como en el supermercado, pago y obtengo satisfacción. Tantas veces que luego no concibo uno sin el otro. Imagina este fenómeno a nivel colectivo. El problema es harto más complejo.

Y aun así, al fin de cuentas, casi todo depende de la voluntad, que es el principal componente de la libertad. América Latina ha cambiado mucho y poco a la vez. Han habido algunos progresos, pero demasiado lentos. Creo que hay una persistencia que explica tu sorpresa: la cultura verticalista y personalista que lleva siglos en el continente. Sea de izquierda o de derecha, los políticos latinoamericanos se enamoran del poder y, mientras gobiernan, van tejiendo tramas de poder que se enquistan en el aparato político y en la sociedad.

Los presidentes que han promovido cambios, que han hecho revoluciones y han renunciado al poder son contados con las manos. Un caso es el de José Artigas, en el siglo XIX y otro caso notable y paradójico, que muchos no aceptarán, es el del quijotesco Ernesto Che Guevara. Pero la regla ha sido la contraria.

AGV: Con respecto a esto que menciona, es una tendencia en América Latina el desmantelamiento de las instituciones que forjan a la democracia, a partir de sus herramientas y mediante medidas amplias y poco definidas. Lo más llamativo, actualmente, es el desarrollo de este patrón desde gobiernos democráticos, en algunos casos incluso reelectos. Ante esto, ¿es tremendista advertir esta clase de movimientos políticos? ¿O pecamos de ingenuos al creer que las buenas intenciones son reales, y no sólo manipuladas? ¿Cuáles son los elementos que hacen de esta realidad algo común en Latinoamérica, con democracias tan jóvenes y tan buscadas?

JM: La ideología para muchos es como la pasión de un hincha de futbol: una vez que alguien se hace hincha de Boca o de las Chivas, defenderá a muerte su camiseta. Cambiará de esposa o de país, pero nunca dejará de ser hincha de ese equipo. Esta “lógica” no es ajena a muchos (por no decir arrogantemente a la mayoría) a los seguidores ideológicos. Y no lo dice alguien que cree que es posible vivir en una sociedad de forma neutral y sin ideología (sin un sistema de ideas), pero creo que también se puede ejercer la autocrítica y la conciencia de que una ideología es solo una forma parcial de ver la compleja realidad. Es la voluntad de explicar el todo a través de la comprensión de una de sus partes.

Alguien dijo que los problemas de la democracia se solucionan con más democracia. Esto sigue siendo cierto. Los sistemas democráticos suelen tolerar prácticas autoritarias, sobre todo cuando hay una población “despolitizada” como en Estados Unidos o excesivamente “politizada” como en América Latina. En ambos casos es imposible un dialogo político, una reflexión política y entonces los pueblos fácilmente se dividen en izquierda y derecha, en blanco y negro, en “Braden o Peron”, Christianism or Communism”, “la burka ou la liberté”, etc. La esencia de un político exitoso que aspira al poder es crear dicotomías. La realidad es siempre compleja y si tiene cien variables el político elegirá dos: si usted elije la opción A, sufrirá las consecuencias de la catástrofe; si elige la opción B, la nuestra, será salvado y la prosperidad llegará a este reino. Claro que un político debe tomar decisiones dentro de un conjunto de opciones posibles. Pero el problema universal surge cuando se simplifica la realidad y se impone una sola narrativa. Y si no hay un enemigo claro, se lo inventa. Ese es parte del mecanismo por el cual una democracia (ni que hablar una dictadura) se convierte en un sistema ambiguamente autoritario, legitimado por el voto y las instituciones secuestradas con la complacencia (en democracia) o el temor (en dictadura) de las masas.

AGV: Entonces, en definitiva, ¿siempre tendemos al autoritarismo…? ¿Cómo podemos avanzar hacia una democracia real, con libertades individuales respetadas, y voz y voto como ciudadanos? ¿Es esto una utopía, o sólo un ensayo fallido de aquello a lo que aspiramos como sociedad?

JM: La infancia de una persona condiciona pero no determina su destino. Un ser humano se define por un diferencial: cierto grado de conciencia, de libertad y de responsabilidad. Gracias a estos tres factores que se parecen mucho entre sí, somos capaces de romper cualquier círculo vicioso. Es una perspectiva humanista. No es necesario dejar de reconocer, como en el pensamiento marxista, que la condición de clase condiciona nuestra libertad y nuestra conciencia, pero creo que debemos observar que si este mecanismo fuese absoluto cada individuo sería, necesariamente, una pieza de un engranaje.

Para ser libres debemos tomar conciencia de las advertencias que han hecho los grandes marxistas de la historia, pero si nos limitamos a ellas nos paralizamos en el justo momento en que podemos ser libres. Es decir, por ejemplo, una mujer puede reconocer que sus ideas sobre cómo ser una buena mujer, una buena pobre y una buena negra o india proceden de su condición social y cultural. No sólo puede, debería hacerlo como primer paso a su propia liberación. Pero si se detiene en ese momento y no se hace responsable de su propia condición, entonces no saldrá de su círculo de violencia. Por el contrario, lo confirmará con su propia victimización. Lo mismo podemos decir del pensamiento psicoanalítico, etc.

Estamos condicionados por un pasado, pero no condenados a repetimos. Igual la historia de los pueblos. Y lo digo yo que, precisamente, he propuesto y ampliado la resistida idea de que existen ciertos valores y probablemente ideas propios de las culturas latinoamericanas que proceden de las antiguas culturas prehispánicas. Algunos profesores me han dicho que unir el mito de Quetzalcóatl con el Che Guevara era imposible. Yo creo que es difícil probarlo, aunque he aportado muchos indicios al respecto, pero si es imposible probarlo también es imposible refutarlo con mayor fuerza. Todo lo cual no significa que cada pueblo esté determinado, fatalmente, por su pasado o por su nacimiento. A cada momento podemos decidir qué hacer con nuestro propio pasado. Esa decisión, a nivel social, es mucho menos radical; normalmente, si se tiene el coraje colectivo de realizar cambios profundos, puede llevar generaciones. Por la misma razón, no creo que los países cambien en diez años. Pueden tener crisis y bonanzas económicas, pero siguen siendo los mismos países, con sus mismas obsesiones y sus mismos defectos y virtudes pero con diferentes recursos.