Tomar decisiones: una dificultad sobrehumana

En el día a día los seres humanos nos enfrentamos a muchas necesidades: comer, abrigarnos, expresarnos, sentirnos realizados… Muchas de éstas son en realidad hijas de una gran necesidad mayor, la de decidir. Constantemente nos vemos forzados a tomar decisiones – qué comer, qué ponernos, qué palabras usar para decir lo que tenemos que decir, qué hacer para ser felices.

Algunas de estas instancias son sencillas y se vuelven tanto más fácil cuanto menos opciones existen entre las cuales optar. Pero hay otras que son intrincadas, complejas; incluso algunas que dependen tan fuertemente del contexto que pareciera que somos seres incoherentes, sin personalidad propia. ¿Cómo hacer para elegir siempre de forma correcta? ¿Qué es lo que importa a la hora de decidir?

Para empezar, sería interesante discutir si cada uno posee una real capacidad decisoria. Es decir, si cada cual puede elegir entre A y B sólo por el hecho de ser un individuo pensante. Un rápido análisis diría que , que cada uno toma sus propias decisiones; nadie más decide por uno mismo ya que cada uno tiene la capacidad cognitiva de realizar todo tipo de análisis para tomar una buena decisión. ¿Cierto? Los ejemplos son claros: excepto que exista un profundo complejo psicológico y todavía sea tu madre quien te elija la ropa a los 35 años, tu puedes decidir cómo vestirse todas las mañanas. Aquello que no te gusta lo dejas, y te vistes con lo que te hace relucir.

Pero ¿qué tal si no tuvieras ropa propia, y sólo pudieses pedir prestada la vestimenta de manera temporal? Quizás nada de lo que te ofrezcan te guste, ni te quede cómodo, pero aun así debes elegir para no andar desnudo por la calle. Seguramente hasta aquello que no te gustaba de tu propio guardarropa ahora parece una excelente idea. Y si todo fuera de esta forma no habría decisiones 100% propias a cada uno; serían todas decisiones condicionadas por el entorno. Afortunadamente, no todas las decisiones son de este estilo; pero hay muchas más de las que uno se imagina. Esto lleva a pensar: ¡qué difícil puede ser tomar una decisión! Todo lo que uno cree de uno mismo puede verse completamente alterado por algo tan arbitrario como un contexto.

¿Qué ocurre cuando las decisiones no radican en actos banales? Elegir qué ponerse cada día es, convengamos, una instancia decisoria menor. ¿Qué nos pasa por la cabeza cuando tenemos que elegir entre dos puestos de trabajo, o adónde ir de vacaciones? Si hay una elección que hacer: ¿cómo tomar la correcta?

Expertos en Economía, en Psicología y en Sociología seguro ya están sacando a relucir sus machetes, libros y papers. Existen enfoques pragmáticos, en los cuales se mide el costo y el beneficio de cada acción, se los pone en una balanza virtual y se determina un curso de acción. Es decir, la diferencia de sueldo neto, los beneficios materiales, las implicancias impositivas; o la diferencia en pasajes de avión, alojamiento y excursiones. También pesan los factores sociales: el prestigio, la posibilidad de dirigir un grupo de gente, el derecho a tomar decisiones; o la posibilidad de conseguir más seguidores en Instagram, la calidad de la gente, la cantidad de turistas…

Pero no hay que olvidar uno de los enfoques más importantes: el de los sentimientos. Porque pueden existir cientos de teorías; pero no hay nada que valga más que lo que uno siente, no hay nada más leal y verdadero que los sentimientos que nacen de uno mismo. Influenciados por el contexto, o no, una buena decisión siempre será aquella que respete los sentimientos de quien decide. Si uno está contento con no cambiarse de trabajo pese al jugoso sueldo, o si es feliz con visitar Las Toninas en lugar de Florianópolis, pues ese es el único factor que cuenta. Hay que dejar de confundir decisión con resultado. Si el trabajo actual resultó volverse tedioso luego de dos años no significa que la decisión haya sido incorrecta. Si en Las Toninas llovió toda la quincena, no implica que fue una mala elección. No. Salió mal; eso es todo.

Una buena decisión sólo nace del conocerse a uno mismo y de respetar lo que uno siente. Sí, con todos los análisis macroeconómicos, microeconómicos, psicopedagógicos y religiosos que correspondan. Y sí, necesariamente depende de la fuerte influencia de nuestro entorno. Pero tomar el coraje de dar el paso y saltar de la duda a la decisión correcta, es una odisea inequívocamente nuestra, unívocamente humana.

Una mala decisión se consigue de una sóla forma: con no conocerse a uno mismo alcanza y sobra. Hay quienes alegan que el ser humano no puede dominar el desafío de tomar una decisión propia, como explica Dan Ariely en el siguiente video (con subtítulos disponibles). Usted que está leyendo, ¿de qué lado está?