Medidas para pensar en dólares... ¡Digo, en pesos!
En el artículo anterior nos hemos ocupado de entender porqué los argentinos tenemos esa gran “atracción” hacia el dólar. Partimos de la pregunta ¿por qué la gente piensa en dólares? y concluimos que vamos a estar mucho más cerca de entender el problema si, en vez de eso, nos preguntamos ¿porqué la gente no piensa en pesos?
Y la respuesta a esta última, dijimos, es sencilla: porque desconfiamos del peso.
Vimos también cómo dicha desconfianza responde fundamentalmente a factores económicos. Nuestra historia mucho no ayuda (altísimas inflaciones entre el 75 y el 90, hiperinflaciones en el 89 y 91 y la mega-devaluación del 2001), y además hay que sumarle los sucesos político-económicos que están ocurriendo en estos momentos, en los cuales me quiero detener en este artículo.
Un momento. En base a esto quiero hacer una aclaración importante. Que hayamos tenido una historia entre inflaciones y devaluaciones no implica que estemos condenados a que el peso sea una moneda desplazada a un segundo lugar. Sólo quiere decir que superar esta situación es una cuestión que necesita tiempo. Pero tiempo acompañado de medidas en pos a restablecer la confianza en el peso.
Este artículo tiene 3 objetivos; 1) establecer un criterio para evaluar cuán buenas son las medidas en términos de contribuir a que los argentinos pensemos en pesos, 2) mostrar cómo las actuales medidas político-económicas más bien están yendo en dirección contraria, 3) mostrar también cómo los problemas actuales en torno a la confianza en el peso no es tanto producto de la historia sino más bien de las medidas actuales (analizadas en 2).
¿Cómo evaluamos las medidas?
Empecemos por el principio: cómo saber cuándo una medida contribuye a que los argentinos dejemos de pensar en dólares.
En primer lugar –lector atento- habrá notado que hay una gran diferencia de acuerdo a cómo decidamos plantear el problema. Una cosa es preguntarnos cómo hacer para que los argentinos dejemos de comprar dólares, y otra muy distinta es preguntarnos cómo hacer para que queramos guardarnos los pesos. Por suerte en el post anterior ya discutimos este problema, y concluimos que esta “atracción” hacia el dólar es la consecuencia de un problema en el peso, que medido contra lo que sea vale cada vez menos (y se espera que año a año siga valiendo cada vez menos).
Partiendo de aquí, el problema que debemos plantearnos no es cómo combatir al dólar, sino que en realidad lo que debemos intentar resolver es cómo generar – y mantener- confianza en el peso. Una vez que entendemos este punto es muy fácil analizar cuán buenas (malas) son las políticas económicas en pos de combatir esta problemática. Simplemente debemos poner nuestra atención en evaluar de qué manera cada una de las medidas –y el conjunto de ellas- contribuyen a generar una mayor (menor) confianza en el peso.
Los 2 ejes
Ahora sí podemos pasar a responder cuán buenas resultan las políticas económicas que se han estado tomando para combatir ese “amor por el billete verde” que parecemos sufrir los argentinos.
Gran parte del problema puede ser explicado en base a 2 ejes, que si bien ya ascendieron a tratarse de problemas institucionales, son en sus orígenes problemas económicos.
1- El índice de inflación, que alcanza gravedad institucional tras la intervención del Indec.
2- El tipo de cambio, que trasciende el plano económico tras las restricciones –ahora imposibilidad- para acceder al intercambio formal.
Si bien ambos temas son muy recurrentes en los debates económicos, su impacto en la desconfianza hacia el peso no es resaltado como realmente lo merece.
Básicamente el índice de inflación y el tipo de cambio son las dos medidas más importantes que tenemos acerca de cuál es el valor del peso. La inflación nos dice cuánto vale el peso en relación a los bienes y servicios (cuántos bienes y servicios nos podemos comprar con $1) y el tipo de cambio nos dice cuánto vale el peso en relación a las monedas extranjeras (cuántos dólares, reales, pesos uruguayos, etc. nos podemos comprar con $1).
En este sentido es claro inferir que si estos 2 ejes están sufriendo serios problemas, hay algo con el peso que anda mal. Claramente, si las 2 formas más importantes de medir el valor del peso sufren graves problemas, concluir que hay un problema alrededor del valor del peso pareciera de sentido común.
**La inflación
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Por el lado de la inflación, en el post anterior nos hemos ocupado de mostrar que cuando los índices de inflación son muy altos y sostenidos en el tiempo, la gente no va a querer guardar sus pesos en el colchón (no va a querer ahorrar en pesos). Cómo el valor del peso está cayendo, la gente va en busca de algún otro bien que le genere la confianza suficiente de que va a mantener su valor a lo largo del tiempo (la confianza de que el día de mañana los va a poder usar para comprar las mismas cosas que compra hoy).
Además, respecto a la inflación tenemos otra cuestión que agrava el problema, y tiene que ver con la intervención del Indec (hemos escuchado tanto hablar de este tema, que perdemos la noción de cuán grave es este asunto). El Indec es el Instituto Nacional de Censos y Estadísticas, es decir, es el ente nacional encargado de comunicarnos a los ciudadanos –y a quién quisiese- cómo le está yendo a nuestro país. Entre otros tantos datos que publica se encuentra la inflación, posiblemente el que más distorsión haya sufrido (pero al desconfiar tanto de un dato, se hace difícil confiar mucho en el resto).
A partir del 2007, extrañamente cuando los niveles de inflación comenzaron a aumentar a ritmos cada vez mayores, se cambió la metodología de medición de este índice –y con ellos a gran parte del personal de la administración pasada-, pasando de un índice aceptado y utilizado por toda la nación a uno que difiere mucho del que calculan y utilizan las provincias, las consultoras privadas y los distintos sindicatos para actualizar los salarios. Esto significa que a partir del 2007 se generó una distorsión muy grande en torno al índice que mide el valor del peso a escala nacional. Consecuencia de ello, hoy en día no sabemos muy bien cuál es el valor del peso.
La gravedad de este punto es de tal magnitud que incluso se llegó a multar a las consultoras privadas que dieron a conocer índices de inflación que diferían del oficial (sí, multas por “poner en riesgo la estabilidad económica del país” ); cuestión que motivó a los senadores de los distintos partidos a presentar en el congreso dichos índices de inflación que los consultoras tienen prohibido publicar.
Creo que la descripción anterior es suficiente para no necesitar de mucho análisis sobre el impacto de dichas medidas –tanto la de sostener una alta inflación, como la de intervenir el Indec- en pos del objetivo tan deseado de pensar en pesos. Si nuestra forma de medir el impacto de una medida está en la confianza que genera sobre el peso, de más está decir que ambas dos apuntan en un sentido muy distinto, y muy dañino para nuestra moneda.
El tipo de cambio
Por el lado del tipo de cambio, tenemos un problema similar. Posiblemente producto de la pérdida de valor del peso -más la desconfianza que se empezó a generar a partir de la intervención del Indec-, la gente comenzó a desprenderse del peso y a buscar en su lugar una moneda que garantice que el día de mañana va a seguir manteniendo el mismo poder de compra.Como bien sabemos, a medida que mayor cantidad de gente quiere una cosa, y que a la vez, menos se dispone de ella, su valor sube. Y este caso no es la excepción. Básicamente nos encontramos con una situación como la siguiente: cada vez hay una mayor cantidad de pesos (hace años que la cantidad de billetes nuevos que se emiten viene aumentando alrededor de un 30%, haciendo que los billetes de $100 ocupen ya el 60% del total de los billetes) y a la vez, o consecuencia de ello, cada vez menos gente quiere guardar sus ahorros en pesos.
Conclusión, tanto por razones cualitativas (la gente desconfía del peso) como por razones cuantitativas (hay muchos más pesos) empezó a verse una mayor demanda de dólares (la gente empezó a querer cambiar sus pesos por dólares). Aclaración, las razones cuantitativas pueden fomentar las cualitativas.
Dicha situación hizo que el peso se devalúe un 20% en un año. Es decir; si en julio del 2008 tenía 3 pesos podía comprarme un dólar, pero si en julio del 2009 seguía teniendo esos 3 pesos sólo me alcanzaba para comprarme un 0,83 centavos de dólar (hoy, con 3 pesos, la mayoría sólo alcanzamos a comprarnos 0,50 centavos de dólar). Esto significa que en los últimos 4 años el peso perdió el 50% de su valor en términos de moneda extranjera, cosa que era de esperar si pensamos que el valor interno debe guardar cierta relación con el valor externo.
Una cuestión que omití en este análisis económico es el problema que se conoce como Cepo Cambiario, es decir, las restricciones que se fueron poniendo a la compra de divisas extranjera. Cuando mencioné que hoy en día con 3 pesos sólo alcanzamos a comprarnos 0,50 centavos de dólar, di por supuesto que el dólar costaba $6 (debería haber puesto $7) pese a que cuando entramos a la página del banco central lo encontramos a 4,95. Esto implica un problema que se asemeja mucho al de la inflación. Nuevamente nos encontramos con dificultades para saber cuánto cuesta el peso (está vez en términos de divisas), ya que contamos con distintos precios a los cuales podríamos acceder a comprar moneda extranjera.
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El deseo por lo prohibido**
Nuevamente si queremos evaluar esta medida en base a cuánto contribuye a generar confianza en el peso, creo que todos coincidiríamos en que más bien poco. Sin embargo, pese a resultar muy claro ahora, increíblemente la cuestión sobre cómo impacta las restricciones a la compra de monedas extranjeras (dólares) en nuestra meta de pensar en pesos ha sido objeto de mucho debate. Y creo que la confusión viene por lo que planteamos al comienzo. Si bien en una primera instancia se podría pensar que para combatir la huída al dólar una opción podría ser prohibirlo, hemos establecido que nuestra forma de medir cuán buena es una política es ver de qué manera contribuye a generar confianza en el peso, pues bien sabemos que la huída hacia al dólar es consecuencia de la desconfianza que tenemos sobre el peso.
Para este caso, imposibilitar la compra de dólares de ningún modo contribuye a restaurar la confianza en el peso. Aquí hay una reflexión muy sencilla de Llach al respecto sobre el problema de tratar de “convencer” a que la gente piense de una determinada manera obligándola a eso: “Y cuanto mayores sean los obstáculos para deshacernos de ellos, menos creemos que van a valer los pesos en el futuro. Y por lo tanto más rápido queremos deshacernos de ellos.”
Conclusión, el remedio no solamente no cura la enfermedad, sino la agrava. Y, cómo en la mayoría de los casos, falla porque busca atacar el síntoma (queremos comprar dólares), en lugar de atacar la causa (no queremos ahorrar en pesos).
Conclusión
Repasando lo aquí escrito aparece un factor político que afecta fuertemente el actual escenario económico, principalmente a través de su impacto en las expectativas sobre el futuro valor del peso –en la confianza.
Para ponerlo en pocas palabras, y tomar real conciencia de lo que pasa en nuestro país: el Congreso de la Nación publica un índice de precios que, no sólo dista mucho del que publica el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, sino que además lo pública el Congreso porque las consultoras que lo hacían fueron multadas. A la vez, el Tipo de Cambio que informa el banco central dista mucho del que puede acceder cualquier ciudadano. Tal es así que incluso algunos diarios nacionales comenzaron a publicar el valor del dólar paralelo a la par del oficial.
¿Es que no es claro que estas medidas lo único que pueden hacer es generar aún más desconfianza en el peso?
Con esto quiero decir que el problema actual sobre la “obsesión” hacía el dólar responde fundamentalmente a problemas actuales, mientras que las razones históricas parecieran hacerse a un costado. Esto mismo sostienen los economistas Yeyati, Frers y Elena en un informe del CIPPEC, afirmando que “ni el elevado riesgo país ni la redolarización de los ahorros son herencia de la crisis”. A través de distintos datos, muestran cómo: la huída de capitales (la compra de dólares) aumentó significativamente a partir de la intervención del 2007 (gráfico 3), la dolarización de los depósitos se dispara hacia 2007-2008 (gráfico 5), y muestran también cómo la gente prácticamente decidió dejar de ahorrar en pesos a partir del 2009, rompiendo la tendencia que venía del 2004 al 2006 (gráfico 8). En fin, efectivamente la evidencia empírica pareciera indicar que la problemática del dólar responde menos a factores históricos que actuales, reapareciendo a partir del 2007 e incrementándose fuertemente en los últimos años.
¿Es que acaso es tan difícil entender los problemas que trae aparejada altos niveles de inflación?
¿No nos damos cuenta de la enorme gravedad de no contar con información confiable?