Cuando hablábamos el otro día de Sudamérica, mencionamos una tesis básica que de alguna manera, nos permite comprender aspectos de la realidad sociopolítica del subcontinente. Mencionamos ciertos factores institucionales que se repitieron en Sudamérica para permitir oscilaciones tales como el paso de una situación de inestabilidad presidencial, donde se pone en jaque a la principal característica del presidencialismo (la duración fija de los mandatos), a la emergencia de liderazgos personalistas que hacen de las debilidades institucionales y del sistema de partidos su fuente de poder, permitiendo un avasallamiento de los derechos y libertades de partes de la población.

sudamerica2

Pero, además, nuestros países inspiraron un concepto clave, relativo a las ciudadanías de baja intensidad. Estas democracias delegativas en términos de O’Donnell (que “se basan en la premisa de que quienquiera que gane las elecciones presidenciales tiene en consecuencia el derecho a gobernar como le parezca conveniente, limitado sólo por la dura realidad de que existen relaciones de poder y por un mandato limitado constitucionalmente” ), que a la vez presentan un diseño institucional que no favorece a las aspiraciones democráticas o inclusivas, son el caldo de cultivo ideal para ciertos esquemas restrictivos de derechos civiles.

Mientras tanto,los resortes de poder son manejados por la esfera que soporta y rodea al presidente, persona en quien recaen las responsabilidades y juzgamientos, alimentados con la mediatización de la política.

Un poco de historia

En el siglo XX, cuando ese diseño institucional que tanto foco hizo en los presidentes y en la división republicana de poderes fue puesto a prueba, las consecuencias no fueron buenas. Las pruebas fueron varias: desde la masiva entrada en el debate de sectores que las oligarquías habían intentado desterrar de la escena pública (trabajadores, inmigrantes y pueblos nativos protagonizaron episodios revolucionarios donde la rigidez de ese sistema exclusivo hizo agua) hasta las “soluciones” autoritarias implementadas desde los sectores de poder, aliados estratégicos, económicos y militares.

La participación política se fue tornando un aspecto de especial relevancia. Tanto por su ausencia, con la complicidad social con atropellos a los derechos civiles, como en su forma más radicalizada y determinada, la forma en la que la sociedad, el Pueblo, se leía a sí mismo y leía la historia. Un actor tan heterogéneo como el Pueblo se tornó protagonista de todos los discursos, de cualquier ala política, al ser un concepto tan vacío y pasible de reinterpretación.  La militancia, con la fiebre participativa hija de las movilizaciones de los 60, llevó hasta las últimas consecuencias los ideales revolucionarios por fuera de unas instituciones que se mostraban obsoletas o ineficientes, y que respondieron con represión y de las formas más violentas. La simple participación política, atribución libre que en las jóvenes democracias sureñas había llevado años conseguir, fue convertida rápidamente en un tabú y silenciada por quienes ilegalmente detentaban el poder.

El siglo XX vio a Sudamérica protagonizar hechos sangrientos y muchas gestas. Vio a los partidos locales, hijos de las guerras civiles, intentar transformarse en partidos a la “europea” y luego acoplarse a los movimientos sociales, y vio a los movimientos sociales encarnarse en estructuras partidarias para poder competir en elecciones. Vio a las elecciones fracasar, vio a los ejércitos tomar el poder e instaurar regímenes represivos. Vio a sectores populares erigirse como  representantes de las mayorías y minorías, y dejar de lado otras minorías por cuestiones ideológicas. Vio la intervención de poderes foráneos, que hicieron de sus tierras el terreno de prácticas de tropas, ideas y modelos aun no contrastados.

Vio muchas idas y venidas, pero aun una pregunta que no podemos responder con certeza y honestidad es qué es la identidad sudamericana. La mayoría de los países está atravesada por una fuerte división dentro de la sociedad, con niveles de conflicto y violencia discursiva y física que no son tolerables y amenazan con poner en jaque la estabilidad democrática que la Tercera Ola prometió. La violencia de la pobreza y la desigualdad, son la regla diaria de un continente con abundancia de recursos naturales e histórica debilidad en la capacidad productiva y de gestión.

​​No queda más que pensar en Sudamérica como un gran continente de preguntas que piden desesperadas respuestas.

** **