Estás en un mercado. A la derecha una manzana de color rojo reluciente,  con la dureza justa y que a todas luces asoma ser de un dulzor ideal. A la izquierda, una manzana más bien amarillenta, con dejos de tierra, y que en ciertos sectores da la sensación de estar más bien paposa. Obviamente estás allí porque, en plena moda naturista, querés cortar el día con algo dulce… ¿Cuál elegís? ((Ah, me faltó hablar del precio. La manzana roja reluciente está $4, la que es medio amarillenta cuesta $7)).

Claro, si no estuvieras sospechando “¿dónde está la trampa?”, no tengo dudas de que, en la verdulería, todos elegiríamos la manzana roja, que no sólo luce mejor sino que también es la más barata. Podríamos decir entonces -algo vagamente por cierto- que los dos factores que priorizamos cuando estamos por consumir algo son: 1-el grado de satisfacción de nuestras necesidades, 2-el grado de satisfacción de nuestro bolsillo.

Ya con nuestra reluciente manzana en mano, volvemos a la universidad y nos ponemos a discutir con nuestros compañeros y amigos sobre sustentabilidad: “Las grandes corporaciones están arruinando el planeta. El grado de contaminación es insostenible, los empresarios –egoístas inescrupulosos- en vez de fijarse únicamente en sus intereses deberían velar por el cuidado de los recursos que son de todos”.

Si, el discurso es muy lindo, ¡bravo! Podés juntarte con los jóvenes que defienden la diversidad cultural, y los otros tantosfruta-prohibida-1 queatacan al capitalismo mientras se toman una cerveza Quilmes. Sin embargo me parece necesario advertir la inconsistencia entre a) elegir la manzana por apariencia/precio, y b) echarle la culpa a las grandes corporaciones. El punto es que no hay que menospreciar el rol de los consumidores, que somos quienes indirectamente le damos lugar a las corporaciones para que actúen de la manera en que lo hacen. ¿Qué lugar ocupa la variable “respeto por el medio ambiente” en tu decisión de consumo?

Alto precio y baja oferta van de la mano con poca demanda: el tema está en quién mueve primero.

Dejando a un costado a las que mienten sobre el origen de sus productos, lasotras tantas cuyas actividades atentan contra la salud de las comunidades locales, y los largosdebates acerca de las reglamentaciones vigentes,  me cuesta responsabilizar exclusivamente a las empresas por no producir productos más amigables con el medioambiente.

Si ahora un empresario se pusiera la bandera ecologista y afirmara: “Voy a producir manzanas de modo sustentable” sin dudas recibiría una gran ovación. Todos lo aplaudiríamos y diríamos que es un gran ejemplo para la sociedad. Sin embargo, al momento de ir al supermercado, me temo que muy pocos le comprarían sus manzanas. Veríamos que además de estar más amarillentas son vendidas a un mayor precio, por lo que confiadamente seguiríamos optando por las manzanas rojas que más se parecen a nuestra imagen mental de “la manzana en sí”. Es más, probablemente elegiríamos las manzanas orgánicas de la India, que llegan a la Argentina en bicicleta; o hasta nos quedaríamos con esas manzanas perfectas que, expuestas sobre una bandeja de telgopor y envuelta en papel film, dicen ser sustentables.

Luego, nuestro antiguo héroe defensor del medioambiente se vería obligado a cerrar sus puertas, dando lugar a que el sistema continúe exactamente de la misma manera: los empresarios maltratando el medio ambiente y nosotros consumiendo los mismos productos por los que tanto protestamos.

Ok, el tema es complejo, tiene varias aristas y múltiples enfoques. En este caso sólo quiero referirme a uno, el rol de consumidor, y decir lo siguiente: No puede haber productores responsables sin que haya consumidores responsables. Dicho lo cual, la próxima vez que un empresario se arriesgue por un camino realmente sustentable –aunque vaya a saber uno lo que eso signifique– ni nos gastemos en aplaudirlo o publicarlo en los cielos. Si realmente les parece que es el camino adecuado, simplemente demuéstrenlo al momento de consumir**.**

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