Una cosa es lo que es, y otra lo que debería ser.
Lo que debería ser es subjetivo, depende de lo que piense cada uno. Lo que es, es. Punto.
Hasta acá supongo estaremos bastante de acuerdo. Además creo que a muchos les pasará lo mismo que a mi: nos choca mucho ver que lo que es (está siendo) es muy distinto a lo que pensamos que debería ser (a lo que nos gustaría que sea).

Me explico. Vivimos en un mundo de gran desigualdad, en un mundo donde los niveles de pobreza asustan, existen armas, bombas nucleares, millones de personas se mueren de hambre, otras se matan, hay atentados, etc, etc. A mi criterio esto no debería ser así. Todas estas barbaridades no deberían ocurrir. La gente debería respetarse, ayudarse, amarse, cuidarse, etc.

Las cuestiones normativas (“lo que debería ser”) difieren muchos de las cuestiones positivas (“lo que es”).
Esta distinción es fundamental. Sobre todo porque muchas veces se confunden, y así somos tentados a no ver las cosas que son simplemente porque difieren de como nosotros pensamos que deberían ser.
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¿Qué digo?**

Pensemos lo siguiente. Imaginemos a Freud cuando comienza sus estudios sobre el psicoanálisis y descubre cuán presente está la sexualidad en los niños. Sus estudios eran ignorados y rechazados. Pero no por problemas en sus investigaciones (que seguro las había), sino porque los niños no deberían pensar en sexualidad. Son niños, deberían simplemente jugar, reír… ¡la inocencia del niño!

Miren qué problema. Decirle a Freud que estaba equivocado porque la realidad no debería ser como él decía que era. Es decir, desacreditar un conocimiento positivo porque sus consecuencias difieren mucho de nuestras normas éticas acerca de cómo debería ser el mundo.

Hubiese sido lo mismo decirle a Einstein: “Sr Einstein, su teoría acerca de la relación entre masa y energía es incorrecta porque permite la creación de la bomba atómica. Y la bomba atómica no debería existir”.
Está claro que un argumento de ese tipo es completamente inválido. Una cosa es hablar acerca de lo que es -las partículas puede liberar energía- y otra acerca de lo que debería ser -no debemos utilizar ese conocimiento para construir bombas atómicas.

Eso no significa que Einstein no pueda estar arrepentido por las consecuencias que trajo aparejado su descubrimiento (¡uy, encima lo estaba!), pero haríamos mal en acusarlo de asesino o terrorista. Desarrolló un conocimiento positivo que lamentablemente se utilizó de la peor manera. Pero sobre todo, y esto es lo que me importa resaltar, haríamos peor en pensar que su teoría es equivocada porque conduce a la catástrofe. Es decir, haríamos muy mal en evaluar una teoría positiva -que habla de “lo que es”- con criterios normativos -que remiten a “lo que debería ser”.

Y ¿a qué va todo esto?

Así como los casos anteriores resultan muy claros, en economía es harto común encontrarse con argumento de ese tipo.

Muchas veces somos tentados a descartar un conocimiento positivo porque las consecuencias que traen aparejados no están de acuerdo con nuestros criterios normativos. Por ejemplo, cuando distintas voces se alzaban para afirmar que al restringir el mercado de cambios iba a producirse un mercado informal o paralelo, se desechaban dichas afirmaciones argumentando que eso era ilegal, o se acusaba a quienes advertían dichas consecuencias de estar en contra de los intereses del país.

Incluso más de una vez uno puede encontrarse con argumentaciones como estas: “La teoría monetarista es incorrecta porque deberíamos poder darle plata a la gente sin que los precios suban y así disminuir la pobreza“, o sobre todo como estas “el monetarismo es incorrecto porque Friedman era neoliberal, amigo de Pinochet (…)”. Esas son discusiones que pueden resultar entretenidas en ciertos ámbitos. Pero son discusiones de café. Discusiones filosóficas o políticas. Pero no discusiones Económicas, no al menos científicas.
Con nuestros nuevos ojos podemos ver claramente cómo allí se están confundiendo criterios positivos y normativos. Quién advierte sobre las consecuencias de restringir el mercado de cambios, no está diciendo que las mismas sean deseables (al menos no necesariamente). Pero por sobre todas las cosas, que un conocimiento implique que se susciten consecuencias nefastas (bombas atómicas, mercados ilegales) no nos tiene que hacer creer que dicho conocimiento está equivocado (al menos no por eso).

Economía, lo básicoPara evaluar la validez de un conocimiento positivo, debemos despejarnos de nuestros valores normativos.
Lamentablemente, por más claro que nos resulte esta distinción, en economía tendemos a entremezclar ambos criterios con gran frecuencia. Muchas veces tendemos a pensar que un conocimiento es cierto porque nos gustan sus consecuencias (por ejemplo, pensamos que el congelamiento de precios es una medida efectiva para detener el ritmo de la inflación, porque sinceramente queremos que los precios dejen de subir), y otras tantas veces tendemos a desechar un conocimiento positivo porque estamos en desacuerdo con sus consecuencias (por ejemplo, creemos que la teoría monetarista no es cierta porque nos gustaría poder emitir lo que sea necesario para cumplir determinados objetivos loables -disminuir la pobreza, mejorar la distribución – sin que esto impacte en altas inflaciones y desastrosas consecuencias que contrarrestan el objetivo deseado -desconfianza en la moneda, perdida del salario real, perjuicio a los sectores marginados, entre otras).

¿Acaso no es posible realizar una afirmación de economía positiva que carezca de trasfondo ideológico? ¿Es neoliberal quién piensa que altos niveles de emisión tienen consecuencias inflacionarias? ¿Es “vendepatria” quien piensa que restringir el mercado cambiario trae graves consecuencias para la salud de la economía?