Este artículo tiene un fuerte contenido político y, como tal, estimo que mucha gente no va a estar de acuerdo con mis premisas o conclusiones. De ser así, me encantaría que dejen un comentario para que podamos debatir nuestras diferencias de opinión.

Si tuviera que definir el capitalismo en una frase, diría que es un sistema político/económico donde las personas tienen la libertad de crear riqueza y el derecho a llamarla propiedad privada. El primer país en honrarlo y gozar de sus beneficios fue Estados Unidos. De hecho, los estadounidenses inventaron el término “making money”. Antes, el dinero era un bien estático, que se podía heredar, compartir o conquistar a través de la fuerza. Por primera vez en la historia de la humanidad, un país comprendió que el dinero debe crearse, y no a través de la fuerza, sino en un marco donde el individuo dispone libremente de su tiempo, energía y mente para lograr este objetivo. Los resultados de este experimento fueron verdaderamente asombrosos: en 1800, la población estadounidense era de 5.3 millones, la expectativa de vida de 39 años y el ingreso per cápita real de $1.343 (en dólares del 2010); en el 2011, la población estadounidense fue de 308 millones, la expectativa de vida de 78 años y el PBI per cápita de $48.800, representando un creciendo de más del 3500%.

Durante los últimos 200 años, algunos países vieron a Estados Unidos como un modelo a seguir y otros como uno a combatir. Los primeros (Inglaterra, Canadá, Australia, entre otros) aprendieron de él con gusto, y los segundos (Alemania, Italia, URSS, China, entre otros) tuvieron que sufrir en carne propia los desastres del nazismo, fascismo y comunismo antes de adoptar gran parte de las reglas de juego estadounidenses. Es cierto que el capitalismo no fue una condición suficiente para revertir las miserias que causaron los sistemas totalitarios del siglo XX, pero fue una condición necesaria. Alemania no sería uno de los países más productivos de Europa, Rusia no habría alcanzado estabilidad macro económica y China no se estaría convirtiendo en la primera economía del mundo (¡ni hubiera sacado a 500 millones de personas de la pobreza absoluta!) si no fuera porque, en mayor o menor medida, giraron los timones y empezaron a navegar hacia el Norte. Sin embargo, ignorando o pretendiendo ignorar las lecciones de la historia, unos pocos países siguen actuando como si el capitalismo fuera la fuente de todas las desgracias humanas.

El caso de Argentina es extraño: un país donde mucha gente goza del estilo de vida estadounidense, pero eso no la inhibe de atacar los fundamentos del mismo. La frase “hacer negocios” suele tener una connotación negativa. La sociedad no toma como referente a ningún empresario – no hay un Steve Jobs, un Warren Buffet o un Donald Trump –; de hecho, en el imaginario colectivo, si una persona es millonaria es porque “se aprovechó” de alguien (es decir, el dinero es percibido como un bien estático que se puede tomar por la fuerza o el engaño, en lugar de verse como algo dinámico que puede crearse con vocación y trabajo). Entre las hinchadas de los equipos de fútbol se gritan “son una empresa”, como si eso fuera un insulto (sería trágico si no fuera cómico).

En un mundo cada vez más globalizado, Argentina es uno de los países con mayores trabas al comercio. En un mundo con tasas de interés bajas y países europeos insolventes, Argentina sigue desincentivando la inversión extranjera, en lugar de darle la bienvenida como hicieron Brasil, Chile, Colombia, Perú y otros vecinos regionales. En un mundo donde los emprendimientos juegan un rol cada vez más importante en el desarrollo económico y social de los países, abrir un negocio en Argentina lleva el doble de tiempo que el promedio mundial, y los permisos son costosos.

Hasta acá hablamos de la concepción que hay sobre la riqueza, así como de los obstáculos que se presentan a la hora de crearla; ahora observemos las trabas que se presentan cuando queremos conservarla o disponer de ella como queramos. Por empezar, la sumatoria de todos los impuestos que pagan los argentinos constituye la mayor de América Latina y es una de las más exorbitantes del mundo; esto podría ser moralmente correcto si dichos impuestos volviesen a los ciudadanos mediante servicios básicos como salud, educación y seguridad, pero nunca puede justificarse mientras se utilicen para subsidiar una aerolínea deficitaria (Aerolíneas Argentinas), medidas populistas como “Fútbol para todos” o “medios de comunicación” que sólo comunican propaganda oficial, entre una larga lista de cosas. Además, mientras los argentinos trabajamos más de la mitad del día para subsidiar al Estado nacional, este sigue ubicándose entre los más corruptos del mundo. Pero eso no es todo… El dinero que no te confiscan con impuestos de otro planeta, el que supuestamente “queda para nosotros”, no puede ser intercambiado por ninguna otra moneda (por lo menos de forma legal). Esto significa que además de triturar el valor del peso con una inflación del 25% anual (otro impuesto más), el gobierno argentino impide que los argentinos puedan proteger el fruto de sus trabajos y disponer de éstos como quieran.

Todo estos atropellos a la libertad son de por sí gravísimos, pero no tanto como la utilización del aparato Estatal para acallar al que opina diferente. Para poner algunos ejemplos, el empleado de una inmobiliaria dijo que la actividad había bajado en el sector, y el gobierno argentino clausuró el local alegando que el dueño no pagó los impuestos; un empresario argentino alertó que el país está perdiendo competitividad frente a sus vecinos regionales, y recibió una serie de escraches y amenazas por parte de distintos funcionarios; una mujer que tiene un comedor en Tucumán para ayudar a chicos carenciados dialogó con Jorge Lanata, un periodista que frecuentemente critica al gobierno, y a los pocos días empleados de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) fueron a inspeccionar su panadería.

El 8 de noviembre del año pasado, decenas de miles de personas salieron a manifestarse en gran parte del país. Fue imponente ver a tanta gente protestar pacíficamente contra un gobierno que quiere inspirar miedo para ocultar sus errores y perpetuarse en el poder. No obstante, para que ese rechazo generalizado pueda convertirse en una acción de cambio debe ir acompañado de un Norte. En mi opinión, ese Norte tiene que estar inspirado en los fundamentos que posibilitaron el éxito de Estados Unidos y sus discípulos. Es necesario recordar que la riqueza no cae del cielo, sino que las personas debemos crearla en un marco de libertad; que los políticos deben fomentar este proceso, en lugar de obstaculizarlo y castigar a quienes se las ingenian para producir de todas formas; y que si la gente no empieza a respetar sus derechos y los de sus vecinos, lo único que va a cambiar del país es el gobierno de turno, o tal vez ni siquiera eso.